Cuando me desperté estaba jadeando y sudando a mares, las sábanas se enredaban en mis piernas y mi cabello se pegaba a mi cara. Gemí frustrada mientras desenredaba el lío de mantas y apoyaba los pies en el linóleo. Suspiré con los ojos cerrados con plena satisfacción. El sistema automático de calefacción que se extendía por todo el piso y paredes de la casa era una maravilla.
Me quedé un rato sentada mientras recurría a mi rutina mañanera de estirar, crujir dedos y bostezar una docena de veces. Las luces de mi habitación se habían encendido mediante el programador y las ventanas retiraban el polarizado, lentamente, para que la luz del día entrara a mi habitación. Suspiré de nuevo cuando oí la voz mecánica de mi computadora.
–Buenos días señorita Kozlova, ya pasaron sus cinco minutos de reposo. Son las 6:00 a.m. y hoy tenemos un agradable día de -7°C. Sus materias del día son: Filosofía, Estudio de la Genética...
Dejé de oírla mientras caminaba tropezando hacia el baño. Evia se adelantó, como siempre, y se encargó de deslizar los paneles de la puerta para que pueda entrar. Comenzó a llenar la bañera de agua caliente. Me refregué los ojos, me lavé la boca, me quité la ropa de cama y me acurruqué en el agua caliente.
–¿Necesita algo más señorita? –preguntó Evia.
–Hum...–rezongué.
Luego de echarme suficiente agua en la cara para despabilarme completamente, empecé a lavarme el cuerpo antes de que se hiciera tarde. El sistema automático de calefacción también se encargaba de mantener el agua de la bañera a una agradable temperatura. Ese era un problema, si estaba demasiado tiempo sumergida terminaba hecha una pasa de uva. Y encima llegaría tarde a clases.
–Señorita Kozlova, ¿tomará el desayuno como siempre o gusta algo más? –volvió a preguntar.
–El desayuno de siempre está bien.
Dos minutos después ya estaba seca y poniéndome el uniforme correspondiente para el instituto. Luego de colocarme las medias blancas me deslicé el vestido azul por la cabeza. Me daba mucha gracia, aunque nunca me atrevería a decirlo frente a mi padre. Él había aprobado esa vestimenta. La parte de arriba se asemejaba a una camisa de mangas largas, hecha de tela térmica, con un cuello de pico. La parte de abajo se abría en una falda tableada hasta las rodillas, amplia como un velador. Los zapatos eran bajos y blancos de un material reluciente.
Me acomodé el pelo en una coleta alta adornada por un moño azul del mismo tono que el vestido y me miré en el espejo. Mi altura dejaba mucho que desear y era delgada, me faltaba musculatura para rellenar las curvas. Tenía los brazos delgados al igual que mis piernas y compartía la piel clara con casi todos los moscovitas, pero mis rasgos eran más afilados y alargados, como si hubiera sido moldeada por un escultor.
Según las fotografías, había heredado los ojos azules de mi madre. Mi cabello era oscuro como el carbón y caía lacio hasta mis caderas. Al contrario de mis compañeras de instituto, que lo tenían claro y recortado por la mitad de la espalda, un aspecto prolijo y profesional. Yo me lo dejaba crecer libremente, pero se suponía que tenía que llevar el cabello anudado en una trenza baja, horrible y ajustada, algo que yo odiaba. Mi padre, cuando se dignaba a prestarme la suficiente atención, me recordaba que me recortara el cabello y lo llevara atado como debería.
Tironeé el bolso de debajo de mi cama y lo arrastré hasta las escaleras.
–Que tenga un buen día señorita Kozlova –saludó Evia.
–Gracias–respondí antes de que la puerta se cerrara.
Me acomodé la ropa y me até bien todos los botones antes de bajar por las escaleras. La mesa ya estaba servida con mi desayuno de todos los días. Estaba sola, como todas las mañanas, ya que mi padre se iba demasiado temprano para compartir el desayuno conmigo.
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MÚROM #1 [Completa ✅]
Teen FictionEn el año 2.594 nuestra ciudad se erguía imponente y perfecta, creciendo sobre la destrucción y la guerra que nos había azotado hacia cientos de años, rodeada por los altos muros blancos que nos protegían de un exterior salvaje y deteriorado. Éramos...