Los días pasaron como agua entre mis manos después de eso. Me incorporé a todas las tareas que podía realizar y me esforcé en aprender lo más posible.
Seguí con el recuento de suministros, lavé ropa, ayudé en la cocina, acompañé a Leonid una tarde a pescar, donde me enseñó a usar el arco y flecha. Era un asco, apenas si podía lanzar la flecha a un metro de distancia.
Y él se rio de mí todo el tiempo. Tenía una risa preciosa y eso encima me hacía distraer, pero también me reía con él. Observé como una tonta como se doblaba de la risa, en como el cabello negro le caía sobre la frente y se le enrulaba en la nuca, en cómo brillaban sus ojos verdes con pupila de gato y en cómo sus afilados colmillos quedaban a la vista.
El clima se hizo más frío, volvió a nevar un par de veces y las chicas me consiguieron una fina bufanda para por lo menos cubrir mi cuello y evitar enfermarme.
Ví mucha sangre, no lo voy a negar. Pasar tanto tiempo en la cocina me hacía presenciar cada vez que los chicos traían las presas y las mujeres los ayudaban a quitarles el cuero y las tripas, tarea que por suerte podía evitar.
En una de esas veces fue el mismo Leonid quien entró en la cocina, con el torso desnudo, transpirado, y cargando sobre los hombros un enorme ciervo. Me quedé mirándolo, por supuesto. El cabello se le pegaba a la frente por el sudor y tenía sangre seca alrededor de la boca y unas líneas aún más frescas que caían del animal hacia su abdomen, dejando un camino de brillante sangre.
Nunca lo había visto tan salvaje y tan aterrador, pero cuando me vio solamente sonrió y me guiñó un ojo y eso fue suficiente para sonrojarme y recordarme que jamás me haría daño. Me sentía segura allí, con él, incluso en aquel pueblo donde había mutantes que me odiaban profundamente.
Marina ya me había quitado los puntos de la rodilla e incluso la había ayudado a preparar una lista de las medicinas que probablemente nos podían conseguir los sediciosos.
Ví un montón de panteras, incluso a Kira y Katia, y siempre me quedaba mirando con curiosidad y asombro. Todos eran hermosos en su forma animal, algunos más grandes que otros, pero no había ninguno tan imponente y maravilloso como lo era Leonid, al menos no que hubiera visto todavía.
Luego de nuestra tarde en el río pude verlo como pantera un par de veces más, cuando salían desde el centro del pueblo para ir a cazar, junto con Luka, Anton y Glev. Hasta me había cruzado un par de veces con las miradas asesinas de Akeila, y por suerte, nunca más con Sergey, el chico que parecía despreciarme también.
Una mañana no tan fría desperté y me topé con una vista que nunca pensé en volver a ver y que solo había presenciado una vez: Leonid estaba dormido.
Desde que habíamos llegado al pueblo él siempre se despertaba primero, a veces me levantaba a mí, otras veces me dejaba durmiendo en la habitación, en especial si era una mañana fría y otras tantas me había despertado trayendo el desayuno.
Solamente lo había visto dormido aquella primera mañana que se me hacía sumamente lejana e incluso esa vez era entendible que hubiese dormido mucho, ya que tenía una herida de bala y había perdido mucha sangre.
Esta vez no roncaba. Había descubierto que Leonid solía roncar si se quedaba dormido boca abajo, era adorable.
Lo miré atentamente sin mover ni un solo músculo, con miedo a que cualquier movimiento lo despertara. Estaba recostado boca arriba, pero con el rostro vuelto hacia mi lado, se había destapado el torso durante la noche, como si tuviera calor y tenía las manos apoyadas ligeramente sobre el vientre.
Su rostro estaba tranquilo, unos mechones de pelo le caían sobre la frente y se veía tan hermoso que algo se apretó dentro de mi pecho.
Me quedé recostada junto a él, sobre mi lateral derecho y bien cubierta por las mantas, y me permití ese momento para que mis ojos lo recorrieran entero, desde el cabello desordenado hasta sus abdominales.
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MÚROM #1 [Completa ✅]
Teen FictionEn el año 2.594 nuestra ciudad se erguía imponente y perfecta, creciendo sobre la destrucción y la guerra que nos había azotado hacia cientos de años, rodeada por los altos muros blancos que nos protegían de un exterior salvaje y deteriorado. Éramos...