Capítulo 9. La Cabaña [Parte 1/2]

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LA CABAÑA

Todo pasó tan rápido que en cuestión de segundos su cuerpo se debilitó, perdió el equilibrio y las fuerzas, provocando que se fuera hacia delante. Gracias a Dios, pude reaccionar antes de que se cayera al suelo y coloqué mi mano libre en su abdomen manteniéndolo derecho.

—Eiden, vamos, no te mueras ahora —insistí preocupada, y poniendo todas mis fuerzas para que no cayera—. Te voy a meter a la cabaña, pero necesitó tu ayuda, por favor.

No me contestó ni me dijo nada, pero su cabeza estaba intentando mantenerse alerta. Botaba de arriba abajo, apretaba los ojos con fuerza y soltaba pequeños quejidos.

¡Como mierda un campamento terminaba, así!

Estaba nerviosa, preocupada y asustada a la décima potencia. El estado de Eiden era horrible. ¿Y si se desmayaba? ¿Qué rayos iba a hacer si empeoraba?

Me impulsé y tomé todas las fuerzas que tenía guardadas no sé dónde; y lo ayudé a subir los escalones con cuidado. Sus pies estaban torpes, sus pasos eran imprecisos y débiles, y aun así, Eiden usaba su máxima fuerza para subir.

Apenas llegamos a la puerta, lo recargué en una de las paredes para que se sostuviera y yo pudiera tener una mano libre para abrir la puerta.

—No te muevas de ahí —le pedí, comenzando a desesperarme—. Y no te desmayes.

Soltó un quejido brusco, y me pasé las manos por la cara, limpiando mis ideas.

Mis dedos volaron como si tuvieran imán al pomo y por un momento unas ganas inmensas de vomitar me atacaron cuando la probabilidad de que no abriera llegó, pero un simple movimiento de mi muñeca generó un clic que se sintió casi bendito.

—Bien, bien, vamos.

Lo agarré de nuevo, soltando un quejido molesto al sentirlo el doble de pesado cuando casi lo arrastré dentro de la cabaña. Mi mente estaba en un colapso, mis nervios mandaban impulsos eléctricos a todo mi cuerpo. Llevaba conmigo a un chico casi hipotérmico, sino era que ya lo estaba.

Al entrar di un vistazo rápido a mi alrededor, Eiden seguía aferrado a mi hombro, usándome como su bastón humano. Estaba consciente, sin embargo, se veía débil, como si en cualquier momento se fuese a desmayar. Miré hacia todos lados, desesperada, por encontrar un lugar donde dejarlo, que en el momento en que un sofá entró en mi visión, no lo dudé ni un segundo y lo guíe hasta el lugar.

Apenas llegamos me puse de lado y suavemente lo dejé caer con cuidado sobre él. Era un sofá viejo, que apenas su cuerpo cayó sobre él, se levantó una ligera capa de polvo.

Coloqué ambas manos en su rostro, obligándolo a mirarme.

—Ey, Eiden. Mírame. No cierres los ojos. —Le supliqué, dándole pequeños golpecitos con los dedos para intentar mantenerlo consciente—. Eiden, solo mantenlos abiertos, por favor.

Su mirada confusa dio un par de vueltas en los alrededores, pero mis manos lo obligaron a mirarme a mí y entre parpadeos de desconcierto lo hizo.

Me miró por unos segundos y habló de manera lenta y pausada.

—En la hab...habitación... hay... unas sábanas.

Me sentía alerta, jamás me había sentido en una carrera de vida o muerte y en esos momentos lo estaba. Y mi estúpido cuerpo a veces no ayudaba. Los nervios me volvían torpe. Así que intenté concentrarme, y dejarme de estupideces.

Dejé suavemente su cabeza sobre el respaldo del sofá y dándole un último vistazo, miré todo mi alrededor, dentro de la pequeña cabaña había dos puertas así que supuse eran las habitaciones. Allí había dicho que estaban las sábanas, lo tuvo que haber visto ayer. Corrí hacia una de ellas y la abrí. Era un cuarto viejo, con una cama en el centro y unos muebles en los lados.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora