Capítulo 12. Cercanía peligrosa.

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CERCANÍA PELIGROSA

Controlé mi respiración agitada. Mis latidos frenéticos y mis ganas de huir de ese cuarto, suplantándolos por un enojo creciente en mi pecho. Mi mirada seguía clavada en la persona que no hacía afán de moverse, que no sentía el mínimo pudor al estar de intruso en un cuarto al que no le pertenecía.

—Buu —soltó de manera burlona.

¿Buu? ¿Esto era malditamente en serio?

—¿Qué mierda haces aquí? —volví a cuestionar.

Seguía en la misma posición de hace unos segundos, parada junto a la puerta, casi estática y con una mano en el pecho. No obstante, mi rostro ya no era de miedo sino de enojo y confusión.

—Solo pasaba a visitar —pronunció con cinismo.

—¿Pasabas a visitar?

—Ajá, eso dije.

—Sí, sí sé que eso fue lo que dijiste —me pasé las manos por la cara—. ¿Cómo entraste?

Me ignoró, deliberadamente, y en su lugar analizó la habitación con una mirada curiosa mientras que con una de sus manos jugaba una esfera de vidrio cristalina que era un recuerdo de algún lugar que alguna vez había visitado.

Caminé rápidamente —dejando atrás esa asquerosa mezcla producida por la comida. Gracias a Dios, los recipientes eran de plástico— hasta colocarme frente a él, y de un fuerte arrebato le quité la esfera de las manos.

—Eiden —pronuncié su nombre con una lentitud amenazante—. ¿Cómo mierda entraste?

En esos momentos mi mente intentaba formular una idea clara del por qué él estaba allí. Sobre mi cama, jugando como si aquello fuera la cosa más normal del mundo. Una inquietud abrumadora ante su presencia en mi solitaria casa soltó un leve impulso a mi cuerpo que lo hizo querer salir corriendo, pero debo admitir que, si seguía en el mismo lugar, que si me mantenía en esas mismas cuatro paredes junto a él, era porque una parte de mí sabía que no me haría daño. Tal vez lo que había pasado en aquel lago, en aquella cabaña, me hacía sentir segura a su lado.

—Por la puerta trasera, deberían comprar una mejor cerradura, esa es un poco insegura —contestó casual.

Mis cejas se fruncieron en una mueca de desconcierto ante sus palabras. Su confesión repentina y tan desinteresada, como si aquello hubiese sido lo más normal del mundo, me hizo cuestionarme la moral del chico frente a mí. Su gélida mirada azulada se posó en mí, causando un pequeño estallido de sensaciones en mi interior.

—Sabes que forzar una cerradura y entrar a una casa sin permiso, es delito.

—Sí, lo sé, ¿Por qué? ¿Piensas denunciarme? —dijo, divertido y enarcó una ceja, sonriendo de manera descarada—. Creo que no.

—Yo creo que deberías irte —reté—. Y sí, si no te vas en los próximos cinco segundos voy a llamar a la policía.

—Tú crees muchas cosas. Lástima que ninguna sea correcta.

Ignoré sus palabras, siempre tan misteriosas y llenas de una rareza espléndida y me giré dándole la espalda para ir a la puerta y abrirla.

—Vete. Ahora.

Cuando volví mi vista hacia el lugar en donde Eiden debía estar, ya no estaba ahí. En su lugar había una cama vacía.

—Pero tienes razón en algo, no estaba aquí de visita —Su voz volvió a resonar en la habitación, proviniendo del lado en donde estaba ubicado el baño.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora