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—Está bien, pero voy a hacer que la internen. Es una chica enferma, Matheo. Cuando te fuiste, solo empeoró. Finalmente admitió estarse automedicando. Ha estado teniendo ataques de pánico durante todo este tiempo y dejó de ver a su terapeuta. Realmente siento que esto es lo mejor. —Podía escuchar las lágrimas en la voz de Sarah.

Cómo había podido vivir con ella y no saber nada de eso. Pensé que estaba mejorando. Pensé que estaba superándolo todo, pero en realidad, estaba automedicándose. Ni siquiera sabía que estaba viendo a un terapeuta.
Dolía saber que yo era la “pelota de futbol soccer” a la que su tía se refería. Era la razón por la que había terminado en la sala de emergencias. Era la razón por la que había tenido la sobredosis, quería hacerme de oídos sordos, pero ignorar todo no era una opción, no cuando Desiree me necesitaba.

Era una chica enferma. Su padre se había asegurado que tuviera problemas para superar durante toda su vida e incluso si solo éramos amigos, la ayudaría. La pondría antes que todo lo demás en mi vida, dado que era la parte más grande de mi corazón y estaría ahí para ella sin importar lo que hiciera o no hiciera por mí.

—Voy en camino —dije, ante de colgar.
Me contó toda la información del hospital, empaqué y me dirigí al aeropuerto en un abrir y cerrar de ojos.

Le envié un mensaje de texto a Hugo diciéndole lo que estaba pasando, y una hora más tarde estaba en el cielo.
Sarah me recogió en el aeropuerto y nos fuimos directamente al hospital. Desiree había sido trasladada al piso psiquiátrico, y aunque técnicamente no había intentado suicidarse, estaba en observación.

Sarah me dejó entrar a verla solo y estaba agradecido por eso. Había tanto que aclarar, tanto que necesitaba ser dicho. Más que nada, sentía que le debía una disculpa a Desiree. De todas las personas en su vida, debería haber sabido qué le estaba sucediendo.

Debería haber sido a quien ella acudiera, pero no lo hizo. No podía entender por qué no había venido a mí, pero no tenía otra opción que creer que era porque había hecho algo mal.

Me llevaron a una pequeña sala de reuniones, sentado en una de las sillas más incómodas en las que me había sentado, a esperar. Cuando la puerta se abrió, me levanté, pero mis rodillas se sintieron débiles cuando ella entró. Su cabello estaba liso y opaco, sus ojos estaban llorosos y sin vida, y su cara estaba marcada con lo que parecía ser un ceño permanente.

Los pantalones grises genéricos y la camiseta blanca que llevaba la hacían ver aún más apagada. No se parecía en nada a la hermosa chica de la que me había enamorado. Sus ojos llegaron a los míos, pero su luz habitual nunca llegó. Solo me devolvió la mirada en silencio.

La enfermera que la trajo sonrió incómodamente antes de cerrar silenciosamente la puerta detrás de ella. Solo estábamos Desiree y yo, de pie, en la quietud de una habitación prácticamente vacía...

—¿Estás bien? —Era la única cosa que podía pensar en preguntar.

—Creo que sí.

Su voz sonaba débil y tan frágil como se veía. Quería abrazarla y quitarle todo. Quería alejarla de todo y plantarla bajo el sol y rezar para que volviera a ser la chica que solía ser.

—Bien. —Tragué saliva—. Deberías haber venido a mí. Pude haber ayudado.

No respondió. En cambio, se encogió de hombros un poco y vi el arrepentimiento en su rostro.

—Ni siquiera sabía que ibas a un terapeuta. Ojala hubieras confiado en mí lo suficiente para decirme estas cosas. De todas las personas en el mundo que podrían entender las drogas y los problemas de la vida, yo lo habría entendido. Ni siquiera sabía que tenías una prescripción para Xanax.
Era una conversación genérica, pero tenía demasiado miedo de presionar y ella, obviamente no estaba de humor para hablar.

—No tenía una prescripción —susurró.
Retiró un mechón de cabello castaño opaco y cerró los ojos avergonzada.

—Entonces, ¿dónde los conseguiste?
Nada de esto tenía sentido para mí. Me sentí como si hubiera vivido con una extraña todo el tiempo que estuve en la universidad con ella. Desiree me conocía mejor que nadie, pero obviamente yo no conocía nada de ella. Eso me dolía.

—Se los compré a Phillip. —Abrió los ojos y una pequeña lágrima rodó de su mejilla.

Y luego todo tuvo sentido. No estaba follando con ese tipo. No se estaban reuniendo a puerta cerrada para besarse y tocarse. Él era su distribuidor. ¿Cómo pude haber sido tan ciego? ¿Cómo pude, de todas las personas, no darme cuenta de lo que estaba pasando justo debajo de mis narices?

—¿Quieres decir que tú no…? —Ni siquiera pude decir las palabras.
La idea de que alguien más la tocara me hacía enfermar.

—No. —Apenas escuché la palabra.

—Deberías habérmelo dicho. Aún le habría pateado el culo por vendértelas, pero deberías haberme dicho.

Había mucho más que quería decir, pero estaba lleno de emociones encontradas. Me sentí aliviado de descubrir que no me estaba engañando, pero aún estaba herido de que fuera deshonesta conmigo acerca de las drogas. Pensé que éramos más cercanos que eso.

Me miró y la desesperación llenó sus ojos. Se veía débil y decaída, tomó todo lo que tenía en mí, no secuestrarla y alejarla de las aburridas paredes blancas y los olores invasivos del hospital.

—Quería ser perfecta para ti —dijo, mientras otra lágrima caía—. Mereces a alguien perfecto. No quería que supieras que solo era otra chica jodida. Tenía miedo de perderte.

Estaba fuera de mi silla y de rodillas frente a ella. Limpiando la lágrima que estaba bajando por su cara, tomé sus mejillas en mis manos y la obligué a mirarme. Quería ver sus ojos. Necesitaba ver que la chica que amaba aún estaba allí en alguna parte.

—Pero tú eres perfecta, Caramelo. No importa por lo que pases o lo que estés haciendo, siempre serás perfecta para mí, porque estoy enamorado de ti y cuando amas a alguien, nada más importa.

Empujó su mejilla contra mi palma y cerró los ojos. Usando mi pulgar, acaricié su labio inferior. La urgencia de besarlo era tan fuerte, pero no estaba seguro dónde estaba parada. La quería de vuelta. Quería pasar el resto de mi vida cuidándola, pero con todo lo que sucedió, no podía decir lo que ella quería.

Finalmente, sus ojos se encontraron con los míos y una pequeña sonrisa levantó las comisuras de su boca.

—Cuando salga de aquí, ¿prometes tocar para mí? —Su sonrisa se hizo más grande y supe que estaba tratando de aligerar el ambiente y ser juguetona.

No pude evitarlo. Reí y me moví para besarla. Me devolvió el beso y lanzó sus brazos alrededor de mi cuello.

Sacándola de su silla, la sostuve cerca de mí. Se sintió increíble tenerla en mis brazos otra vez, y me hice una promesa en ese momento: nunca la dejaría ir otra vez.

Cuando la miré, sus ojos estaban vivos de luz. Su color parecía como si hubiera vuelto, y su sonrisa era brillante. No había forma de negarlo: no importaba qué sucediera en el futuro, no importaba cuantas veces nos levantábamos y nos desmoronáramos, estábamos destinados a estar juntos.

—Tocaré para ti todos los días, por el resto de nuestras vidas.







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Basta con pedir un Deseo? (Dark Passion 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora