Epílogo

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Matheo

El viento soplaba su largo cabello castaño a un lado, cubriendo su hermoso rostro mientras se giraba hacia mí. Se estaba yendo y eso me mataba. Alzó su mano con un ceño fruncido. Ojos tristes me devolvieron la mirada. Mi perfecto caramelo. Fue mía por tan breve momento de mi vida, y ahora se estaba yendo y siguiendo adelante. Expandiendo su mente y volviéndose parte de la sociedad.

No me necesitaba más. No me necesitaba para que mejorara todo, para estrecharla cuando tenía miedo. Apestaba. Necesitaba que me necesitara. Quería que me necesitara hasta el final de los tiempos, pero las cosas nunca serían lo mismo, y por más que doliera, sabía que era lo mejor.

Así que le dije adiós, la observé desaparecer detrás de un par de puertas negras y me alejé. Mi corazón estaba roto, estaba lleno de temor, sin embargo, no pude evitar sonreír con orgullo ante lo fácil que ella siguió adelante.

Antes de que pudiera lograr regresar al auto, una mano diminuta tiró de mi brazo. Dándome la vuelta, la encontré de pie frente a mí con lágrimas en los ojos.

—Te amo, papi.

Esas palabras me convertían en papilla cada vez. Estiré los brazos y la recogí. ¿Quién sabía que el primer día de escuela era algo tan emocional?

—También te amo, niña bonita. Mami y yo estamos muy orgullosos de ti.

La besé en la frente y la puse de pie en el césped de afuera de la escuela. Me saludó de nuevo con su manita y corrió a las puertas de entrada.

Su mochila, que parecía demasiado grande para ella, rebotó arriba y abajo durante todo el trayecto.

Antes de que regresara al auto, limpié mis lágrimas para que Desiree no supiera que me había alterado.

—Se ve tan pequeña yendo dentro de esa escuela tan grande —dijo Desiree cuando cerré la puerta y arranqué el auto.

—Sí, así es. —Me giré y miré a la escuela una vez más.

Había regresado de la gira justo a tiempo para estar allí en el primer día de escuela de Honn. Me negué a perdérmelo.

—Entonces, ¿quién ganó la apuesta? —preguntó Desiree mientras nos apartábamos de la acera.

—Yo.

Me echó un vistazo con una mirada que me dijo que sabía que mentía.

—Me parece difícil de creer que no lloraras —dijo acusadoramente.

—Bien. Tú ganas —dije a la vez que sacaba un billete de cien dólares y se lo entregaba.

Ella lo dobló con una sonrisa y lo metió en su sujetador. Su escote resaltaba sobre su camiseta de maternidad. El embarazo se veía tan bien en mi esposa.

—Mira a la carretera, Matheo —dijo con una sonrisa cuando me atrapó mirando.

No podía esperar a poner mis manos en ella cuando llegáramos a casa. Desde que Honey nació, pocas veces tuvimos tiempo a solas y una vez que Cherry, nuestra hija de tres años, vino, vivía enganchada a la cadera de Desiree.

Hugo había acordado llevarse a Cherry al parque mientras llevábamos a Honey a su primer día de jardín de infantes, lo que significaba que tenía dos horas a solas con Desiree.

Cuando giramos en la entrada de nuestra casa, todo en lo que podía pensar era desnudarla y hacerle el amor hasta que no pudiera soportarlo más. Yo me había ido por tres semanas y cuando me iba, extrañaba a Desiree demasiado.

Uno pensaría que me acostumbraría a esta altura, pero no había nada como regresar a casa con mi pequeña familia y luego pasar esa primera noche en casa en la cama con mi bella esposa.

Basta con pedir un Deseo? (Dark Passion 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora