Semidiosa y Bruja (PJO y HP) 1 LIBRO

M de malo 1

- Tres Benévolas - dijo Grover temblando mientras caminaban -. Y las tres de golpe. 

Alex estaba bastante impresionada. La explosión aún resonaba en sus oídos. Aún así, las Furias no se comportaban como realmente son, estaban más tranquilas. Estaba claro que su padre las envió a buscar el Yelmo, no a matar a nadie. 

- ¡Vamos! - dijo Alex jalando a Percy del hombro -. Cuanto más lejos lleguemos, mejor. 

- Nuestro dinero estaba allí dentro - le recordó -. Y la comida y la ropa. Todo. 

- Bueno, a lo mejor si no hubieras decidido participar en la pelea... - empezó Annabeth. 

- ¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que los mataran?

- No tienes que protegernos, Percy - dijo Alex. Apreciaba que los hubiera ayudado, pero habían perdido la comida y el dinero. Alex todavía conservaba su mochila azul. 

- Nos las habríamos apañado - siguió Annabeth. 

- En rebanadas como el pan de sándwich - intervino Grover -, pero se las habría apañado. 

- Cierra el hocico, niño cabra - le espetó Alex. 

Grover baló lastimeramente. 

- Latitas... - le falló la voz -. He perdido mi bolsa llena de estupendas latitas para mascar. 

Atravesaron chapoteando terreno fangoso, a través de horribles árboles enroscados que olían a colada mohosa. 

- Mira yo... - empezó Alex -. Aprecio que nos ayudaras, ¿vale? Has sido muy valiente. 

- Somos un equipo, ¿no?

A Alex nunca le gustó la palabra "equipo", prefería depender de ella misma a depender de los demás. ¿La razón? Había confiado en la gente, y la habían dañado. Alex creía que cuanto más querías a una persona más te dolía cuando te fallaba. Se quedó un momento pensando en eso, pero al final pensó que tal vez podría confiar en su nuevo grupo, para salir vivos. 

- Es sólo que si tú murieras... - empezó Annabeth - aparte de que a ti no te gustaría nada, supondría el fin de la misión. Y puede que ésta sea mi única oportunidad de ver el mundo real. 

Alex hizo una mueca, ella también se había sentido así. Y aunque había salido a Hogwarts, no terminaba de sentirse libre. Quería salir un rato de su misión al mundo real, a donde la gente pasaba por las calles ocupados en sus vidas, sin ver a su alrededor. 

La tormenta había cesado por fin. El fulgor de la ciudad se desvanecía a sus espaldas y estaban sumidos en una oscuridad muy profunda. 

- ¿No has salido del Campamento Mestizo desde que tenías siete años? - le preguntó.