Capítulo 31.- "No puedo acobardarme."

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Reboto contra un montón de fierros en cuanto la furgoneta se detiene. Segundos después, me encuentro caminando a tropezones, arrastrada por alguien que me hace resbalar y caer de rodillas al suelo. Se ríen antes de empujarme por unas escaleras de metal. Me presionan con fuerza los brazos y no puedo ver quiénes son. Todo esta oscuro debajo de aquella tela que me raspaba la cara. Por fin toco suelo firme. Piso cemento y al arrastrar los pies, noto arenilla suelta; seguramente, estábamos en una fábrica o una bodega.
Me sientan en una silla y retiran el saco de mi cabeza. Una luz cegadora me da la bienvenida y, aunque sé que hay más de dos personas allí dentro, no puedo verlas hasta que pasan unos minutos. Es el sótano de alguna galera. Todo está lleno de polvo y al fondo de la sala hay varias estanterías de hierro con objetos amontonados y cubiertos por unas sábanas amarillentas por la suciedad. La única luz es la de aquel foco orientado directamente hacia mí, como si se tratara del interrogatorio de alguna película de espionaje. Algo se mueve a mis espaldas y al mirar, veo varias ratas hurgando en la pared. Entonces, una de ellas explota a causa de un disparo y sus restos se incrustan en la pared. Las otras corren a esconderse. Aquel sobresalto me hace mirar al hombre que le ha disparado. Es gordo y alto (muy grande), y su pelo, canoso, hace resaltar más el traje completamente negro que lleva adornado con un pañuelo rojo que cae expresamente por el bolsillo de la chaqueta.

Esto es la mafia.
No era un sueño, ni un libro, ni una película.

Yo estaba aquí, amordazada y rodeada de asesinos mafiosos. Y mi padre, ni se inmuta. Me observaba petulante, con un gesto irónico. No me hubiera extrañado que en cualquier momento se echara a reír. ¿Desde cuándo había pasado esto? Viste un traje a medida y su aspecto ya no se ve como el de un ebrio adicto al juego. Él también lleva un pañuelo rojo. Se levanta de la silla que hay delante de una gran mesa de hierro y comienza a caminar lentamente hacia mí.
SeHun fuma con tranquilidad, con su cara sarcástica ya relajada tras los acontecimientos del cementerio. Su padre se encuentra justo a su lado, sentado sobre una caja de listones de madera; bebe algo.
Quiero cerrar los ojos para dejar de presenciar la escena, pero me topo con algo que no esperaba. No solo estoy siendo traicionada por mi única familia, sino también por unos diez hombres que custodian cada esquina de la nave y las escaleras. Y Min, que sonríe con malicia.

Tiene unos ojos carbón odiosamente insurgentes. Lleva un vestido blanco que deja ver sus rodillas y unas medias negras. Seguramente, para remarcar sus labios rojos que hacen juego con sus zapatos. Está sentada sobre el regazo de SeHyun; él se aferra a su esbelta cintura.
No comprendo cómo ha podido cambiar a los Jeon por aquel escuálido hombre. Ha traicionado al hombre que la sacó del infierno, que le había dado estudios, una casa, un apellido, una oportunidad. Si Min quería poder, solo tenía que haberse quedado con los Jeon.
Agacho la cabeza cuando un sicario se acerca y tira de la cinta que cubre mi boca. Gimo de dolor y Min sonríe. La veo como solo podía hacerlo yo cuando estaba endemoniadamente enojada. Mi mirada la detiene.

-Vaya, qué carácter- se burla-. Creo que la valentía ahora mismo no te favorece nada, querida- dice sin que nadie en la sala se queje. Por algún motivo, ellos quieren que Min esté presente.
Mi padre enciende un puro y expulsa el humo que se expande por el foco y dibuja su sombra en la pared. Me doy cuenta de que solo hay una ventana. Era pequeña y está pegada al techo.
-Perlita, debiste haberme hecho caso.
Giro el rostro para mirarle y en sus asquerosos ojos verdes, pero bajo su nueva faceta de matón sigo viendo a aquel gordo bofo temblando de miedo.
-Tu padre trató de aconsejarte, querida- interviene Seunghyun con una fingida suavidad, mostrando una falsa faceta pacífica y poco conflictiva.

Levanto orgullosa el mentón y los contemplo como había hecho toda mi vida. Sí, no me importa si estas pueden ser mis últimas horas. No puedo acobardarme. Seguiré siendo la misma perra cabrona de siempre. Seguiré siendo _________, la Bulldog.

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