❅ Anuencia

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Capítulo 2: Anuencia

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El oxígeno era pesado y asfixiante. Por mucho que lo intentara, cada exhalación era igual a sentir que sus pulmones ardían luego de una larga carrera sin descanso.

Nada de lo que estaba pasando podía ser real.

Debía haber una buena explicación, o mejor aún, una solución. Si alguien, cualquiera, hubiese entrado por la puerta, proclamando que lo leído en aquel pergamino era falso, se habría aferrado a sus palabras.

Pero fue el ruido de los gritos de Ginny lo que obligó a la mayoría a volver en sí. Incluida Hermione.

Intentaba poner atención a lo que decía, pero más allá de su propio aturdimiento y la molesta sensación que el tono tan alto de su voz causaba en sus tímpanos, resultaba sumamente difícil.

Odiaba lo que la presencia de Percy significaba, siendo incapaz de dejar de mirarlo. Él resultó ser el portador de las horribles noticias que ninguno imaginó. ¿Pero habría cambiado en algo enterarse al mismo tiempo que todo el mundo?

En retrospectiva, Hermione
habría deseado quedarse en París en lugar de ver arruinada su vida en cuestión de segundos. Tan solo dos días atrás era ella quien le daría rumbo a su destino y se sentía cómoda con lo que hacía. Ahora, volvía a quedar a merced de otras personas.

El encargado de su infelicidad sería el ministerio y con seguridad, el hombre que se convertiría en su esposo.

No tenía dudas, lo odiaba, incluso ahora. Pensar en él la llenaba de repulsión, sin importar si también estaba siendo obligado a acceder.

Entre dos personas obligadas a casarse y lo peor, traer un niño al mundo, en esos términos, nunca podría surgir ningún tipo de sentimiento que no fuera el rechazo, mucho menos afecto.

Lo detestaba, al igual que al resto de los involucrados.

Pensar en las consecuencias de lo que sucedería ante la negación a acatar la ley la asustaba casi tanto como la perspectiva de convertirse en madre y esposa por obligación.

—¡No! ¡Sueltenme!— gritó Ginny chocando con la silla sobre la que la castaña estaba sentada. El golpe rompió la burbuja de consternación de Hermione, arrojándola de vuelta a la realidad.

Aparentemente Bill y Ron intentaban tranquilizarla, provocando desatar en Ginny alguna especie de ataque de rabia y pánico.

Al levantar el rostro y mirarla, con lágrimas de rabia bajando por sus mejillas, Hermione volvió a pensar en el mundo, en los demás... No solo ella estaría obligada a cumplir, sino todos aquellos a los que apreciaba.

—Esto es una mentira, ¡Díselos!— insistió Ginny, esquivando a sus hermanos para dirigirse hacia Percy en dos zancadas—. Que lo que está escrito en ese estúpido pergamino es mentira, ¡Habla!

Percy ladeó la cabeza para no tener que mirarla. Al preferir ignorarla, la desesperación en la chica creció.

—No pueden...

Con una última mirada de advertencia hacia cualquiera que deseó acercarse a ella, Ginny subió corriendo hasta su vieja habitación invadida por la furia. Segundos después la puerta de su habitación se cerró con un fuerte golpe. 

Con su mente despejándose lentamente, Hermione miró hacia todos en la habitación. Los señores Weasley hablaban entre susurros, seguramente, deseando hallar la manera de salvar a sus hijos de un futuro como ese, o al menos, a los que estarían obligados a acatarlo.

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