❅ El anhelo del futuro

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Capítulo 10: El anhelo del futuro

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Al igual que hacia cuatro años y la época anterior a esa, Hogwarts seguía siendo la clase de sitio en la que cualquiera desearía permanecer.

La imponencia del lugar, con la luz del sol resplandeciendo detrás de sus altos muros creaba un escenario eclipsante y mágico. Cuando Hermione se graduó, tres años y medio atrás, nunca se planteó lo mucho que extrañaría vivir en el Castillo.

Al igual que ella, Luna, Ginny y Susan decidieron volver y estudiar su último año como cualquier otro estudiante normal, mientras Harry y Ron se alistaban como aurores en la Academia, sin deseos por retrasar su entrenamiento.

Tan pronto comenzó a trabajar, Hermione se limitó a ignorar lo mucho que una parte de sí misma siempre extrañaría aquel colegio en el que pasó gran parte de su vida y al que de alguna u otra manera estaba destinada a volver.

Las circunstancias podían ser diferentes ahora, pero se esforzó en no pensar mucho en ello. Tal cual lo prometieron días atrás, Harry y ella se aparecieron cerca del atardecer en los límites de Hogsmeade, todavía tan encantador y colorido como lo recordaban.

Era como si todos sus movimientos se basaran en tachar pendientes de una lista inexistente de deberes. Primero, se registraron ante el Ministerio, después visitaron a sus padres y por último, sin menos éxito que en sus primeros intentos, tuvieron que decírselo a los Weasley.

La presión era considerablemente menor ahora al saber con quienes se encontrarían, haciendo todo más sencillo y sencillamente más liberador.

Hermione se encargó de todo por cuenta propia, como hacerle saber a Minerva Mcgonagall, la ahora directora de Hogwarts, que deseaban visitarla, esperando encontrarse con Neville también, mientras Harry hacía lo propio buscando un día libre en su apretada agenda. Por último, pero no menos importante, planeaban visitar a Hagrid, del que ambos esperaban muchos reproches por su abandono en los últimos meses.

Al avanzar por las calles llenas de comercios con maravillas en su interior, que durante emocionantes fines de semana recibían a los alumnos del colegio, Harry y Hermione procuraron llenar los silencios con sus conversaciones, intentando hacerle saber al otro que debían permanecer tranquilos.
Solo se trataba de una visita como cualquier otra, para invitar a Mcgonagall, Neville y Hagrid a su boda, lo más normal en el mundo.

Decidida a no pensar más de lo necesario, Hermione permitió que Harry le contara cualquier cosa hasta que luego de algunos minutos en carruaje, se encontraron acercándose al colegio, donde la alta figura de Mcgonagall ya los esperaba, igual de puntual que siempre, con su larga túnica y su alto sombrero de punta.

Su postura firme y severa seguía transmitiendo la misma autoridad, pero la forma en que su mirada se suavizó al verlos reflejó el aprecio que les tenía.

—Profesora— saludó Harry, siendo el primero en acercarse luego de ayudar a bajar a Hermione del carruaje.

—Potter— respondió Mcgonagall por mero reflejo, al igual que en sus tiempos estudiantiles—. Señorita Granger, parece que han pasado tantos años desde la última vez que los vi aquí.

—Y todo sigue igual de acogedor que entonces—dijo Hermione, admirando los amplios terrenos, muros sólidos y alumnos con túnicas verdes sobrevolando en el aire cerca del campo de Quidditch en lo que seguramente sería el entrenamiento de la tarde.

Todo luciendo casi idéntico, aun cuando evidentemente, después de cuatro años, ya nada era como solía ser.

—Aunque me cueste decirlo, Hogwarts nunca será lo mismo sin ustedes— suspiró la mujer pesarosa, guiándolos hasta el Castillo.

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