❅ Aceptación

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Capítulo 21: Aceptación.

Aceptar que las cosas difícilmente cambiarían y que probablemente debían seguir su propio ritmo nunca la mantendría contenta. Esperó ser siempre dueña de su destino, de sus decisiones y ahora... En un mundo como ese, todo parecía improbable como para permitirse obedecer a su libre albedrío, si existía.

Las personas nunca actuarían como a ella le gustaría. No era dueña de su vida y, después de todo, cada uno obedecería a sus propios intereses. Posiblemente debía comenzar a hacer lo mismo en lugar de buscar soluciones para todos y cada uno de los problemas que a veces, ni siquiera eran de su incumbencia. ¡Qué tortuosa parecía aquella opción!

Sin embargo, Hermione deseaba ser feliz y sabía, tan lógica como siempre había sido, que aquella tarea le correspondía únicamente a ella. Por supuesto, agradecía cuando existía cierta motivación de por medio.

A sabiendas de que sus últimos días presentándose al que fue su trabajo por el último año llegarían a su inevitable final, igual que muchas otras cosas, se prometió disfrutar cada pequeño momento. Lo cierto era que, a la luz del día, los líos y preocupaciones entrelazándose como complicadas redes en su cabeza parecían aflojarse.

Mientras aceptaba con aliviosa resignación todas las conclusiones a las que llegó la noche anterior, nada evitó que cumpliera con cada minucioso detalle de su rutina. Se despertó, duchó y desayunó como de costumbre, intentando recordarse que, incluso durante sus días buenos existían ocasiones en que Harry no podía permitirse desayunar en casa y que, por lo tanto, su ausencia matutina no significaba nada alarmante.

Por algún motivo, sabía que pese a su discusión y todo lo que se desencadenó después, la magnitud del impacto era considerablemente menor ahora que cada uno expresó sus argumentos sin contemplaciones. Explorando en sus sentimientos, Hermione comprendió que no se sentía tan disgustada como antes, cuando toda su ira y reclamos fueron reprimidos como imperfecta estrategia de evasión.

Al parecer, Harry debía pensar algo similar. Ella lo supo en el momento en que sus pasos recorrieron el camino hacia su trabajo y vislumbró su cubículo. No pudo evitar admirar los huecos vacíos en su escritorio, ahora libres de todos los objetos innecesarios que se llevó la noche anterior, lo impersonal que se veía y, también, la preciosa flor encima de este.

Acercándose presurosamente, Hermione no se detuvo hasta que se encontró frente a ella y pudo contemplarla, tan etérea y hermosa, que comprendió que no lo imaginó, como originalmente pudo pensar. No se trataba de su imaginación, bastante fantasiosa, habría creído.

Magnifica y única, una sola rosa yacía sobre su escritorio, con un tallo firme uniéndose al capullo abriéndose con esplendor en delicados pétalos rosas que, extrañamente, evocaban cierta belleza salvaje pese a su aparente fragilidad. Resaltaba de inmediato y, mientras Hermione la tomaba entre sus manos, admirándola cuidadosamente, tan perfecta y fuera de lugar en medio de los grisáceos tonos de la oficina a su alrededor, no pudo evitar que una suave sonrisa tirara de las comisuras de sus labios.

Nada demasiado extravagante, nada que Hermione odiaría.

La mayoría de chicos con los que salió antes nunca parecían acertar, pues la balanza siempre se inclinaría ante la extravagancia en regalos que ella jamás buscaría recibir o la simple y rotunda indiferencia a su relación, lo que la terminaría eventualmente.

Pudieron pasar solo segundos, así como varios minutos en los que la joven intentó explicarse el motivo de aquel detalle, sin encontrar más aclaración que la de su infortunada ilusión avivándose al suponer quién la enviaba. Por fortuna, impidiendo que su emoción creciera, Susan apareció instantes después, deleitándose en alabar con entusiasmo la flor en sus manos.

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