❅ Unión

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Capítulo 22: Unión

Todo olía a rosas.

El aroma inundó su nariz, penetrante y dulzón, mientras sus ojos se acostumbraban a la brillante escena. La cegadora luz del sol, la música elevándose en acordes finos, además del pasillo repleto de pétalos de rosas, tan rojos como la sangre, conduciendo a un precioso altar que, sin embargo, se encontraba todavía vacío.

Observando a su alrededor, comprobó que todos parecían felices, llenando el lugar con sus risas, sin recaer por completo en su presencia, colmando el jardín de su hogar en un festivo escenario de celebración aún por consumar. La alegría en el aire aminoró su inquietud, alentándole a esperar.

Todo marchaba bien. Tenía que hacerlo, después de todo, era el día de su boda.

Cada persona pasando a su lado, pese a sonreír y mostrarse completamente feliz, reflejaban una notoria indiferencia a su presencia. No le importó mucho, ya que, de todos modos, si bien en algún momento esperó casarse, no estaba haciéndolo bajo los términos que esperaba. Ciertamente no se quejaba, tampoco, la preservación de su libertad no tenía significado alguno a estas alturas de su vida.

No la deseaba, no la buscaba, todo lo contrario, renunciar a ella parecía un precio completamente justo a cambio de lo que recibiría casándose.

Casarse, se repitió en su mente y, habría sonreído, de no estar experimentando tanta agitación. La única persona a la que deseaba encontrar en aquel laberinto de personas, allá a donde mirara, no parecía encontrarse en ningún lado. Sin tener idea de qué hacer, no movió un músculo, no hasta que pudo escucharlo. Un sonido que sobresalía de entre todos los demás, ahogándolos y reduciéndolos a no más que ruidos sin importancia. La señal que necesitaba.

Sin pensárselo mucho, dubitativamente dio dos pasos en esa dirección, que luego se convirtieron en zancadas firmes que lo guiaron hasta la puerta trasera de la casa, la misma que llevaba habitando tan solo pocos meses, pero que parecía su hogar de toda la vida. La puerta de la cocina se encontraba abierta y solo entonces vislumbró su figura, moviéndose con suavidad en el interior con lo que parecían ágiles pasos de baile.

Su risa brotaba desde su garganta, tan encantadoramente que paralizó sus movimientos, solo para poder contemplar y escuchar con atención. Se veía dolorosamente hermosa, con un sencillo vestido blanco cuyos olanes se movían sobre sus rodillas, mientras los rizos de su cabello se mecían sobre su espalda, acorde a sus delicados movimientos. Al notar que ella no le prestaba atención, intentó abrir la boca, llamar su nombre, un cuestionamiento a su ausencia, solo para descubrir que su voz permanecía atrapada en su interior, como si sus cuerdas vocales decidieran simplemente no obedecer a su desesperada petición. Y fue precisamente eso, el verla tan cerca y sentirse incapaz de llegar a ella, de hacerle ver que él estaba ahí, esperándola para comenzar con lo que sería el resto de sus vidas.

Pese a verla tan radiante, como si no hubiese nada que pudiera perturbar su alegría, un miedo pocas veces experimentado sacudió su mundo, algo que no encontró explicación hasta que, instantes después, ella detuvo sus movimientos, frenando de golpe solo para contemplar la habitación contigua, todavía sin reparar en él. Solo entonces, la sonrisa que habría catalogado de jubilosa se ensanchó más, haciendo llegar hasta sus ojos una inconmensurable emoción que la hizo abrir los brazos y correr al encuentro de la única persona para la que parecía tener ojos.

Harry deseó no tener que presenciar aquella terrible escena.

Alto, con una postura que irradiaba gallardía y vistiendo un traje lujoso y magnífico. Al encontrarse uno frente al otro, él la rodeó con los brazos, pegándola a su cuerpo, fundiéndose en un íntimo abrazo. Al escuchar reír, él sonrió encantado, tocándola como si fuera un regalo.

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