CAPÍTULO ONCE.

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No dudé ni dos segundos en responder el beso. A pesar de que en estos momentos no quería a ningún chico en mi vida, lamentablemente no me podía negar a aquellos labios. Nunca, pero jamás en mi vida, había saboreado unos labios tan increíbles y adictivos como los de Liam. En este preciso momento podía confirmarles, definitivamente, que Liam Anderson no tenía nada que envidiarle a Christian Grey.

Después de varios minutos nos separamos mientras tratábamos de recuperar todo el aire perdido. Podía notar el calor en mis mejillas que muy rara vez surgía.

— Eso fue... increíble. — dijo el rubio mientras trataba de recuperar el aliento. Solamente pude asentir, aún no había logrado recomponerme del todo. — Te dije lo hermosa que te ves con las mejillas coloradas e incluso me gustan más cuando sé que la persona que provocó eso fui yo. — admitió con una amplia sonrisa, un poco arrogante.

— Siempre tan humilde. — respondí sarcásticamente y él rio.

Nos quedamos en aquel lugar por algunas horas más mientras hablábamos acerca de nosotros para poder conocernos aún más. Aunque también habíamos interrumpido, más de lo que quisiera admitir, esas charlas con algunas que otras sesiones de besos.

Cuando levantamos campamento y regresamos a la camioneta, Liam me propuso ir a cenar a un restaurante frente al lago que él conocía y ya había ido unas cuantas veces. No me pude negar ante aquella invitación, por lo que en cuanto el rubio encendió la camioneta nos dirigimos hacia aquel lugar.

Al llegar a la entrada noté la fila que había formada afuera de aquel restaurante, pero Liam insistió en que bajáramos igual. Había refrescado un poco más, por lo que cerré mi tapado y me cruce de brazos, el rubio pasó un brazo por mi hombro atrayéndome hacia él mientras cruzábamos la calle. Me condujo hasta la entrada del restaurante y nos acercamos a la recepción donde se encontraba un hombre vestido con camisa blanca, chaleco, pantalón de vestir negro y un pequeño moño del mismo color.

— Hola, reserva para dos personas a nombre de Liam. — dijo el rubio y lo miré anonadada. ¿Acaso había reservado un lugar para ambos? ¿Pero... cuándo?

— Buenas noches, aquí están. Síganme por favor. — dijo aquel hombre mientras se adentraba al restaurante. Liam y yo nos separamos ya que los pasillos eran un tanto estrechos y no podíamos pasar juntos. El recepcionista nos condujo hasta el final del lugar donde se encontraba una escalera que conducía hacia la segunda planta; subimos al primer piso y, al lado de un gran ventanal había una mesa reservada para dos. Ambos nos sentamos en nuestras sillas, quedando uno frente del otro. El hombre nos deseó que tuviéramos una buena noche y se retiró.

— ¿Cómo estabas tan seguro de que iba a querer cenar contigo? — pregunté mientras me quitaba mi tapado y lo colgaba detrás de mi silla.

— En realidad nunca supe si ibas a querer hacerlo. Solo dejé seguir mi instinto y creí que aceptarías. ¿A quién no le gustaría cenar en un restaurante con vistas al lago?

— Tienes razón. — admití y él sonrió. En aquel instante se acercó un joven y nos tendió las cartas para poder ver el menú.

— Pide lo que quieras, yo invito. — dijo el rubio mientras agarraba una de las cartas y la ojeaba para decidir que era lo que iba a pedir.

— No hace falta, podemos dividirlo a la mitad. – respondí.

— Yo te invité, fue mi idea, así que pagaré yo. —habló algo serio. Después de unos diez minutos de pequeñas discusiones entre quien iba a pagar, finalmente acepté. A pesar de que odiaba que lo hicieran, no iba a negarles que me parecía un muy lindo gesto de su parte.

— Disculpen, ¿ya tiene decidido que van a pedir? — preguntó el camarero apareciendo de nuevo a nuestro lado y ambos asentimos.

— Yo quiero un salmón a la miel. — respondí mientras leía la carta. — y como guarnición puré de papa.— el mozo anotó mientras cambiaba su vista hacia el rubio.

Quizás sea para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora