CAPÍTULO VEINTICINCO.

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En el preciso instante en el que la alarma sonó, recordé por qué odiaba tanto despertarme a las seis de la mañana. Sin protestar demasiado, me levanté de la cama y me dirigí al baño para hacer mis necesidades y cepillarme los dientes. Salí del mismo y me encontré con el rubio que aún seguía durmiendo, por lo que me encaminé a la cocina a prepararle su desayuno favorito.

Abrí los muebles, saqué la harina, el azúcar, el polvo para hornear, el bicarbonato de sodio, la sal, dos huevos, el aceite vegetal y las chispas de chocolate que habíamos comprado anoche en el supermercado.

Desbloqueé mi celular y comencé a seguir la receta que Liam me había escrito, al pie de la letra. Cuando terminé de preparar la masa, dejé que descansara por algunos minutos y fui a ver si Liam seguía durmiendo.

Me apoyé en el marco de la puerta y lo contemplé durante varios minutos sin poder quitarme la sonrisa de mi rostro. Con tan solo verlo mi mundo podía ponerse patas arriba, porque nunca había imaginado lo complejo que sería enamorarse de alguien.

Siempre había creído que era así de sencillo como nos enseñaban en los cuentos de princesas, pero en realidad enamorarse era solo para valientes, aquellos que decidían saltar al precipicio sin saber lo que les esperaría al final del recorrido. Y a pesar de que me costaba dar ese gran paso, aun así deseaba hacerlo, porque sentía que cuando cayera habría alguien debajo esperándome con ansias para atraparme.

— ¿En qué pensabas? — preguntó el rubio haciendo que me sobresaltase del susto.

— Perdona, no me había dado cuenta de que te habías despertado. — confesé.

— Me di cuenta, te llamé tres veces, pero estabas completamente inmersa en esa cabecita que jamás deja de funcionar. — dijo con aquella voz ronca de recién levantado. — Por cierto, tengo que admitir que mis remeras te quedan muchísimo mejor a vos que a mí. — dijo mientras no dejaba de apartar la vista de mi cuerpo. Había olvidado de empacar mi pijama por lo que el rubio no se había molestado en prestarme una de sus tantas remeras.

— Gracias. — dije con cierto calor en mis mejillas que se sentía a flor de piel. — Ve a bañarte mientras termino de preparar el desayuno.

— ¿Qué hiciste de rico? — preguntó una vez que se encontraba parado frente a mí. A pesar de que me molestaba tener que elevar mi cabeza para mirarlo a los ojos, no iba a negar que amaba aquella diferencia de altura que nos llevábamos.

— Es una sorpresa, y por cierto, ¡feliz cumpleaños! — dije abrazándolo.

— Gracias preciosa. — apoyó su barbilla sobre mi cabeza y se separó tan solo unos centímetros para fundir nuestros labios en un delicado y pequeño beso. Me sonrió por última vez antes de meterse de lleno en el baño y tomar una ducha.

Regresé a la cocina, controlé que la masa estuviera bien, encendí una hornalla, agarré la sarten, le puse un poco de aceite en aerosol y comencé a verter la mezcla en pequeñas porciones. Mientras algunos se iban cocinando, cargué la pava eléctrica de agua, la conecté a la corriente y la encendí. Controlé los hotcakes, los volteé cuando ya estaban listos y saqué dos tazas y dos saquitos de té de la alacena. Una vez que terminé de preparar todo, lo acomodé en la mesa y me senté a esperar a que el rubio terminase de cambiarse ya que acababa de salir de la ducha.

— No puedo creerlo, ¿todo esto lo acabas de preparar? — habló asombrado mientras caminaba hacia aquí. Asentí con una sonrisa y él se acercó a abrazarme por detrás. — ¿Hay algo que hagas mal?

— Muchas cosas, pero estoy intentado mejorar gracias a vos. — respondí.

— ¿Por qué gracias a mí? — preguntó separándose de mi para mirarme con mayor atención.

Quizás sea para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora