CAPÍTULO SIETE.

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Me encontraba despierta desde las seis de la mañana, me había tocado ir a trabajar y por suerte compartía turno junto a Renata.

Durante estos días que habían pasado no había vuelto a ver al rubio y a sus amigos. Bueno, en realidad había hecho todo lo posible para evitarlos y no cruzármelos, pero al parecer, ellos o más que nada él había estado buscándome.

Renata me había dicho que al día siguiente había llegado un chico muy lindo preguntando por una joven de cabello marrón, con flequillo y ojos marrones que había trabajado el día anterior en este puesto. Mi amiga - por suerte - le había dicho que no sabía cómo se llamaba, pero que si la había visto trabajando por el resort. También Fernando había escuchado a los cuatro en el bar hablando sobre mí y buscando la manera en la que podían encontrarme, porque ni siquiera sabían mi nombre, ya que el día que cubría a Renata no había llevado ningún identificatorio.

Aquel día, cuando los chicos habían dejado el resort, casualmente me habían dado ganas de ir al baño, por lo que en el momento en el que dejaron sus tarjetas de la habitación la única que se encontraba en la recepción era Renata.

Después de ocho horas de trabajo y un pequeño break para poder almorzar, cambiamos los turnos con los chicos de la tarde, nos dirigimos a los lockers a buscar nuestras pertenencias y regresamos a la casa ya que con los chicos habíamos decidido el día anterior que hoy iríamos a esquiar. Esta era la primera vez desde que llegamos que Renata y yo íbamos a la estación de esquí que quedaba en una de las montañas de aquel pueblo y una de las razones por las que todo el mundo venía a este lugar de vacaciones de invierno.

Cuando llegamos a la cabaña nos dirigimos a la habitación, nos cambiamos rápidamente, agarramos nuestras mochilas ya preparadas de antemano y salimos hacia el auto donde Dante, Benja y Fer nos esperaban.

Unos diez minutos después nos encontrábamos en Mammoth Mountain Ski area. Nos detuvimos en el estacionamiento, bajamos todas nuestras pertenencias, incluidas las cosas para esquiar que habíamos alquilado, nos abrigamos un poco más y nos dirigimos hacia la base.

Dejamos nuestras mochilas en uno de los lugares que el resort tenía para los huéspedes y empleados, nos pusimos los gorros de lana, las antiparras para esquiar, los guantes y nos dirigimos hacia las aerosillas para poder subir hacia alguna de las pistas. Benja y Fer eran los únicos que ya sabían esquiar porque habían viajado a Bariloche y habían aprendido allí, y Dante, por su lado, había aprendido un poco en aquellos días que vino junto a los chicos.

Aquel centro de esquí era gigantesco, había pistas por todos lados y para todos los niveles y edades, había confiterías tanto en la base como un poco más arriba para refugiarse del frío y como ya eran las tres de la tarde estaba llenísimo de gente.

Cuando nos tocó el turno de subir, Fer y yo nos sentamos en una misma silla para poder llegar a una de las pistas menos pronunciadas para comenzar con las lecciones. Las vistas eran preciosas, las montañas cubiertas completamente de nieve contrastaban totalmente con el azul que se extendía por todo el cielo, los árboles cubiertos por la nieve y toda la gente que se veía practicando en las distintas pistas, convertían a este lugar en un paisaje maravilloso y alucinante, digno de una postal de esas que se solían vender en las tiendas de recuerdos.

Varios minutos después ya habíamos llegado a una de las pistas y de a poco comenzaron a mostrarnos algunas cosas básicas que debíamos tener en cuenta para que aquella actividad termine siendo divertida y no un tremendo fracaso.

Dante ya la tenía un poco más clara que nosotras por lo que Benja ayudaba a Renata y Fer a mí. Lo que más me costaba era poner los esquís en forma de triángulo, como todos solían hacer, porque ayudaba a frenar y a controlar la bajada, sin que nada grave pasara.

Quizás sea para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora