CAPÍTULO TREINTA.

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Una vez que el avión aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza, tuvimos que esperar varios minutos hasta que nos permitieran bajar del mismo. Me había pasado todo el vuelo durmiendo, exceptuando cuando nos habían traído el almuerzo y la cena.

Después de salir del avión y recuperar todo nuestro equipaje, sin ningún problema, nos encaminamos hacia la salida del aeropuerto donde nuestros padres aguardaban. 

— Como extrañaba escuchar español por todos lados. — comentó Fer y todos comenzamos a reír. — Dos meses más e iba a terminar olvidando mi idioma natal.

Detrás de las puertas corredizas logré visualizar a mis padres con un cartel de bienvenida, que me tomó completamente de sorpresa.  Cuando los ojos de mi mamá hicieron contacto con los míos algunas lágrimas cayeron por mis mejillas y no me demoré ni dos segundos en correr hacia ellos y abrazarlos, porque, a pesar de todo, realmente los había extrañado.

— Mi pequeña, por fin estas aquí. — dijo mi madre con sus ojos llenos de lágrimas al separarse de mí. — Tu cabello parece mucho más corto en persona que por videollamada.

— En realidad eso fue porque me lo retoqué antes de venir. — confesé.

— ¿Quién es esta jovencita y dónde está nuestra hija? — habló mi padre sobreactuando.

— Soy yo papá y sí, he cambiado. — respondí con una sonrisa en mis labios. — Los extrañé. — admití. 

— Nosotros a ti cariño. — dijo mi mamá mientras acariciaba mis mejillas con sus manos. — Estoy tan feliz de que hayas vuelto. Se sintió mucho más este viaje que cuando fuiste a Londres por un año.

— Dame tus valijas así las voy llevando al auto. — dijo mi padre y asentí.

— Gracias. — respondí mientras le tendía mis dos valijas. — Me dan un segundo. — les pedí y ambos asintieron. Me alejé de ellos y caminé hasta donde mis amigos se encontraban despidiéndose. — Acaso se pensaban ir sin despedirse de mí. — hablé haciendo que los cuatro se dieran vuelta para verme. — Voy a extrañar la convivencia chicos.

— Nosotros también, particularmente tus gritos cuando no nos despertábamos. Aunque ya los extraño desde que nos fuimos de Mammoth Lakes. — admitió Benja y todos reímos.

— Bueno, prométanme que no seremos esos grupos que se despiden acá y no se vuelven a hablar nunca más como sucede en las películas. — acusó Renu y todos asentimos.

— Lo prometemos. — dijimos al unísono.

— Podríamos juntarnos dos o tres fin de semanas al mes, exceptuando los cumpleaños, ¿qué les parece?  — preguntó Dante y todos aceptamos.

Después de unos entrañables abrazos, algunas que otras palabras cursis y lágrimas derramadas, cada uno salió del aeropuerto junto a sus familiares con la esperanza de que, dentro de poco nos íbamos a volver a ver.

****

Logré despertarme gracias al sonido de la alarma que había puesto la noche anterior, antes de ir a dormir. La vuelta a clases, aunque fuese en la universidad, siempre me resultaba algo tedioso.

Nunca había sido una mala alumna, ni tampoco me había llevado materias, pero todo lo relacionado a estudiar no solía ser de mi agrado. Lo único bueno, y de lo que estaba agradecida, era que como esta era la primera semana siempre solía ser mucho más tranquila que el resto del año universitario.

Me levanté de la cama y salí hacia al pasillo para adentrarme en el baño y darme una corta ducha que lograra despabilarme por completo. Regresé a mi habitación con una toalla envuelta alrededor de mi cuerpo y caminé algunos pasos más hasta llegar a la silla del escritorio donde había dejado preparado el outfit que usaría ese primer día.

Quizás sea para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora