Los últimos días del mes de marzo estaban llegando a su fin y eso solo podía significar una cosa, tener que volver a casa.
Aunque deseaba con todas mis fuerzas quedarme en San Francisco viviendo junto a Liam, tenía que volver a Buenos Aires porque en pocos días comenzaba de nuevo las clases en la universidad. Este era mi último año para poder recibirme de diseñadora de interiores y no estaba en mis planes aventar todo por la ventada y hacer lo que quisiera, a pesar de que mi corazón si lo deseaba.
Estas últimas semanas con Liam preferimos no pensar en lo que sucedería entre nosotros cuando regresara a casa, y disfrutar lo mejor posible los días que nos quedaban juntos en aquella ciudad.
Incluso si no llegábamos a estar juntos al final, estaba feliz de que él hubiese formado parte de mi vida, porque había sacado lo mejor de mí, todo aquello que durante muchísimos años había estado escondido muy dentro mío.
Con tan solo verlo feliz podía sentirme la mujer más afortunada en todo el mundo, como en nuestro viaje a Los Ángeles, donde Liam había vuelto a ser un niño pequeño completamente ilusionado.
Aquel sábado por la mañana habíamos organizado con los chicos ir hacia la playa y pasar el resto del día. Luego de desayunar y ponerme la malla enteriza, preparé mi mochila con las cosas que debía llevar y salí a la calle donde el rubio se encontraba enganchando las tablas de surf a su auto. Guardé el bolso dentro del vehículo y le di una mano ya que solo no podía atar ambas tablas. Cuando terminamos de acomodar todo, le abrí la puerta a Groot para que saliera de la casa y la cerré con llave.
Los tres nos subimos en el auto, Liam aceleró y nos perdimos por el final de la calle.
Después de hacer una pequeña parada técnica en el supermercado para comprar lo que almorzaríamos aquel mediodía, regresé al vehículo y nos dirigimos hacia una nueva playa que aún no había tenido la suerte de visitar.
Llegamos a destino, bajamos las cosas, le coloqué la correa a Groot para que no se me escapara y nos encaminamos hacia las escaleras de madera que nos conducían a la arena. A diferencia de la que solíamos ir con Liam, esta playa estaba a un nivel más bajo que la ciudad y el océano tenía muchas rocas enormes del lado derecho donde estaba prohibido bañarse.
Me sorprendí al no encontrar a mis amigos allí porque solían ser mucho más puntuales que nosotros, pero el rubio me había asegurado de que ya estaban en camino. Por lo que armamos una pequeña carpa de playa para poder guardar nuestros bolsos y para que Groot se pudiera recostar cuando quisiese.
A pesar de que estaban por ser las once de la mañana, la playa estaba completamente vacía, solo pasaban personas corriendo o caminando, pero que definitivamente no eran de aquí.
— ¿Quieres ir hasta el agua mientras que esperamos a que los chicos vengan? — preguntó el rubio.
— No quiero dejar a Groot solo. — le expliqué. Me había sentado dentro de la carpa mientras le hacía compañía al pequeño.
— No sé en que momento dejaste de perder el interés en mi y lo pusiste todo en mi perro. — dijo tomándose su cabeza. — Groot vendrá con nosotros, puede meterse en el océano porque sabe nadar.
— Está bien. — acepté y me quité el vestido que llevaba puesto. Le quité la correa a Groot para que corriese en libertad y me levanté para salirme de la carpa.
— Creo que esta malla es de mis favoritas. — admitió mientras estiraba su brazo para tomar mi mano. Había decidido ponerme una bikini blanca que me había regalado él cuando visitamos Los Ángeles y básicamente esa era la razón por la que era su favorita. Aunque, igualmente, no me quedaba nada mal ya que ayudaba a resaltar el color de piel que había tomado gracias al sol.
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Quizás sea para Siempre
RomanceCamila Ferrari Prieto es hija única, un tanto egocéntrica y de fuerte carácter, pero ama viajar y conocer distintos países y ciudades. Decide hacer por primera vez en su vida un "Work and Travel" en el tiempo que duran sus vacaciones de verano. El...