CAPÍTULO UNO.

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Metí lo último que me quedaba por guardar en mi valija y la cerré.

— Botas, listas. — dije para mis adentros y lo taché de la lista que había hecho con todas las cosas que debía de llevar. Agarré la valija para bajarla de mi cama, se notaba bastante pesada y deseaba no haberme excedido con el peso, sino iba a tener que pagar una multa por el exceso. La dejé contra la pared, al lado de la otra y agarré la mochila que había apoyado en la silla del escritorio.

Comencé a guardar algunas cosas necesarias que quería que fueran conmigo para que no se arruinaran ni estropearan por el viaje. Después de meter mi neceser con todos mis productos de maquillaje en polvo, brochas, espejos y más, y mi computadora - mi fiel compañera que nunca debía de faltarme - cerré la mochila y la dejé de nuevo en la silla del escritorio.

Me acerqué hacia la mesa de luz donde se encontraba mi celular y me percaté de que estaban por ser las ocho. En una hora comenzarían a llegar mis familiares y amigos para despedirse de mí.

Después de varios años de insistirle a mis padres, por fin habían aceptado a que me fuera por tres meses y medio a una experiencia llamada "work & travel" – trabajar y viajar – para poder descubrir nuevos lugares que aún no había conocido y poder relacionarme con nuevas personas. Estando en el colegio secundario me había ido por un año de intercambio a Inglaterra, precisamente a Londres, para aprender mucho de esa cultura que desde pequeña veía en las películas y para perfeccionar aún más mi inglés. Había vivido en una casa de familia, asistido a un colegio de allí y había podido conocer a muchos chicos de mi edad. Después de esa aventura no había vuelto a hacer algo igual, si solía viajar y seguido, pero con mis padres.

Finalmente, agarré mi ropa interior, una toalla de mi placard y fui hacia el baño para tomar una ducha. Una vez que salí de la misma, me dirigí de nuevo a mi placard y busqué que ponerme. Muchas de mis prendas ya estaban en la valija, aunque aún quedaban algunos de mis outfits de verano ya que iría a un lugar donde era pleno invierno. Me decidí por un vestido negro al cuerpo, con escote en V y con mangas ¾ ya que, en Buenos Aires, solía refrescar un poco en las noches de verano.

Me sequé el cabello, me puse mi labial rojo, unos aros argolla plateados, me calcé mis zapatos negros con taco y cuando volví a revisarme al espejo decidí recogerme el cabello en una media colita, acomodé mi flequillo y el resto de mi pelo y salí de mi habitación, sin antes, tomar mi celular.

— Pero ¿quién tenemos aquí? — dijo mi abuela que se encontraba hablando con mi mamá.

— Hola abuela. — dije con una sonrisa, me acerqué y la abracé.

— Estás preciosa mi niña. — habló ella al separarse de mí y observándome de arriba a abajo.

— Igual tu. — le respondí y ella sonrió. — Voy a saludar a los demás. — les dije a ambas y asintieron. Saludé a mi abuelo, a mis tíos y a mis primos.

— Te ves hermosa Cami.

— Gracias tía. — respondí con una sonrisa, pero sin mostrar mis dientes. De repente, el timbre sonó y me dirigí a ver quién era. — ¿Quién es? — pregunté por el teléfono.

— Nosotros, los amigos más lindos que podrías tener. – respondió Bruno del otro lado del timbre.

— Ahí voy. — dije y volví a colocar el teléfono en su lugar.

— ¿Quiénes eran? — me preguntó mamá.

— Los chicos. — respondí y ella asintió.

Tomé las llaves y salí del departamento. Me acerqué al ascensor, apreté el botón y esperé hasta que el mismo apareciera. Varios minutos después - que se hicieron una eternidad - por fin apareció el ascensor y entré. Después de diez pisos y dos paradas en el camino me dirigí al lobby del edificio y les abrí la puerta a mis amigos.

Quizás sea para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora