CAPÍTULO CATORCE.

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Mi cabeza estaba a punto de estallar por culpa de la resaca que tenía de la noche anterior. Nunca iba a terminar de entender porque siempre que salía bebía tanto sabiendo las consecuencias que eso solía traerme al día siguiente.

Pequeños recuerdos habían comenzado a aparecer en mi mente, como aquel increíble trago que había probado y que, definitivamente, se había convertido en uno de mis favoritos.

A pesar de que, en aquel momento estaba odiando haber aceptado salir anoche debido al sueño y el dolor de cabeza que me consumían, no iba a negar que había sido una muy buena decisión ir a ese bar con mis amigos y disfrutar de aquella noche sin ningún tipo de distracciones, porque me había ayudado a despejar mi mente después de tanto tiempo.

Luego de luchar contra mi sueño interno, me levanté de la cama y me dirigí a la ducha para poder despabilarme. No tenía ni la menor idea de que hora era, y cuando me incorporé a buscar mi celular, me percaté de que no tenía nada de batería. Rápidamente lo conecté a la electricidad y busqué en mi valija, mi pequeño bolso de medicamentos para tomarme algo para aquel dolor de cabeza que me estaba matando. Después de buscar un poco de agua en el piso de abajo, rápidamente regresé a la habitación en buscar de una toalla y ropa interior, y me dirigí hacia al baño para tomar un cálida ducha, que también me ayudase a relajarme un poco, ya que me sentía algo tensa.

Una vez que salí de aquella ducha milagrosa - que logró despertarme del todo - me dirigí a mi habitación para poder cambiarme. Al revisar mi celular me sorprendí al ver que eran las once de la mañana y tenía algunos mensajes de los chicos diciendo que habían ido a hacer las compras semanales.

Terminé de vestirme, peiné y sequé mi cabello, y bajé a la cocina a prepararme el desayuno, porque estaba muriendo de hambre. Después de prepararme una chocolatada caliente y dos tostadas con mermelada, me senté en la mesa a desayunar mientras trataba de terminar el libro que estaba leyendo.

— Buenas. — dijo Renata a mi lado haciéndome sobresaltar, ¿Cuándo habían entrado en casa? – Ay, perdón Cam, creí que nos habías escuchado.

— Hola chicos, no pasa nada. Estaba demasiado concentrada terminando este libro que ni siquiera los oí entrar. — respondí. — ¿Qué compraron?

— Lo de siempre. — dijo Fer sentándose a mi lado. — Ah, y te trajimos dos mermeladas algo distintas para que pruebes.

— Gracias. — contesté.

— Con Renu iremos un rato al centro, nos vemos más tarde. — dijo Benja. Renata y él volvieron a colocarse sus abrigos y salieron de la cabaña dejándonos a Dante, Fer y a mi solos.

— ¿Quieren ayudarme a preparar el almuerzo? — preguntó Dante, que se encontraba guardando todos los productos que habían comprado. Fer y yo asentimos con entusiasmo, y los tres nos pusimos manos en la masa.

Después de un rato de haber estado preparando la masa, cortando y cocinando, ya teníamos preparado unos canelones de verdura para almorzar. Mientras terminábamos de poner la mesa, Benjamín y Renata aparecieron por la puerta algo cubiertos de nieve, decidieron ir a cambiarse de ropa y una vez que regresaron, los cinco nos sentamos a comer aquellas pastas que verdaderamente daban demasiadas ganas de devorarlas.

Algo que agradecía de tener familia italiana era que una de mis virtudes a la hora de cocinar era preparar cualquier plato de pasta. Había algunas que me costaban mucho más que otras, pero en general me defendía bastante bien.

Después de almorzar, los chicos decidieron ir al cerro a esquiar, mientras yo preferí quedarme en la cabaña para hacer algunas de mis cosas. Luego de que terminé de limpiar y ordenar un poco el caos que había en aquella casa, decidí buscar mi computadora y ponerme a escribir durante todo ese rato que tendría libre, ya que hacía varios días que no lo hacía y no sabía cuándo volvería a tener una oportunidad para poder hacerlo como hoy.

Quizás sea para SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora