Al día siguiente, la idea de tener que pasar el tiempo con el duque se me empezaba a hacer cuesta arriba. Mi prima, en cambio, estaba mucho más encantada con la idea. Todas las dudas que había tenido en la fiesta, se le habían pasado del mismo modo que el dolor de pies o el sueño. Así cuando bajamos a desayunar, su alegría fue tal que no pudo reprimirla delante de mi madre siquiera.
—¿Ha desayunado ya, madre? —pregunté con una sonrisa viendo que se había sentado en el sofá para hacer sus labores de costura.
—No, hija. No podemos hacerlo aún.
Fruncí el ceño confundida y miré la mesa que no estaba puesta. Así que la sorpresa fue mayúscula dado que lo que menos me esperaba es que nos hubiésemos podido quedar sin comida.
—¿Por qué?
—Sebastián envió una misiva esta mañana temprano. El Duque Malasaña ha pedido que todos acudamos a su hogar para desayunar juntos antes de que los esposos se marchen de viaje de novios —dijo con calma aunque jamás había visto a mi madre perder esa templanza propia del ejemplo que debía darnos a las demás mujeres de nuestra posición.
—¿No está en casa de Sebastián? —pregunté sentándome en el sofá junto a mi madre.
—¡Oh, no! Se ha hecho con el castillo del pueblo. Allí tiene su residencia.
¡El castillo! Recordaba que durante mi infancia siempre había querido ir a visitarlo. Era una antigua fortaleza de siglos atrás que habían usado para fines estratégicos o eso aseguraba, pero que no estaba abierta al público. Años más tarde, su dueño, había dejado que todos pudiesen visitarla por un módico precio. Estaba en muy mal estado cuando había ido a visitarla a penas tres años atrás.
—Pensaba que habían comprado ese castillo hacía meses —comentó Agustina que se había mantenido en silencio durante todo ese tiempo—. Vi que traían cosas y las dejaban allí. Creía que alguien se mudaría, pero nadie apareció.
Era evidente que esos debían ser los enseres de aquel hombre. Desde el compromiso de Sebastián podía haber hecho planes para venir. Decía algo bueno de él que se hubiese preocupado tanto en buscarse algún lugar donde residir alejado del techo de los recién casados. Vivían solos y eso era lo apropiado a los ojos de todos. Sebastián no tenía madre ni padre, había quedado huérfano hacía años y su tío se había encargado de administrar todo mientras él terminaba de formarse. Ahora, era su turno y con una mujer al lado tenía todo hecho a los ojos de los demás.
—¿Cuándo debemos ir?
Mi madre dejó la labor de costura a un lado para contestar a mi prima que estaba visiblemente emocionada.
—Sebastián mandará un carruaje para nosotras.
Suspiré en silencio mientras me levantaba del sofá dispuesta a dar una pequeña vuelta por la casa. Las mujeres no debían mostrar nerviosismo, pero no era tan sencillo. Pensaba en el día que me esperaba. Por un lado, tenía que ver a Sebastián y a mi hermana enamorados y por otro, debía pasar la velada siendo amable con un hombre que detestaba mientras que hacía de Celestina para mi amiga. No era algo que fuese a disfrutar.
—¿Dijo algo sobre Ana en la nota, madre?
—No, hija. Pero ya podréis hablar de eso vosotras.
Asentí sonriendo aunque la felicidad no existía en mi cuerpo en ese instante. Agustina, en cambio, tenía otros planes.
—Iré a cambiarme. Me pondré un vestido mucho más bonito que este. ¡Tengo que estar fabulosa! —aseguró perdiéndose en el pasillo.
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El duque
Historical FictionLa boda de su hermana y su mejor amigo logran que Mónica entienda el sufrimiento de primera mano. Enamorada de Sebastián desde que era una niña, ha soñado con casarse con él. Sin embargo, el destino es caprichoso y tuvo otras intenciones. Durante el...