Capítulo 36

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Seis meses después la única carta que había recibido tenía nombre y apellidos de mi hermana. Me aseguraba que no había nada de lo que preocuparse y que mi marido llegaría pronto, pero era un pronto que no parecía existir jamás. Por eso, había perdido toda esperanza de volver a verle. Probablemente no me había perdonado ni tenía porqué hacerlo. Me había centrado en ayudar a Remedios e intentar que no hiciese una locura con respecto a ese enamorado que tenía rondándola. Sabía que eso sería una deshonra para ella y no solo para el apellido.

Roberto era un chico encantador que había empezado a frecuentar muy a menudo el hogar aprovechando que no estaba el duque. Sin embargo, mi papel como compañía entre ambos me lo había tomado lo bastante en serio como para no permitir que sus impulsos juveniles se hiciesen con las fuerzas ajenas al decoro.

Remedios, aquel día, se sentó en el sofá furiosa antes de dar una patada al suelo como toda una niña mimada. Levanté la mirada del libro y esperé con paciencia que me dijese algo, lo que fuese, pero no parecía dispuesta a hacerlo sin que alguien le preguntase.

—¿Qué ocurre? —Aparté el libro de delante de mí cerrándolo en mi regazo.

—Ha vuelto a decir que no.

Asentí. Era consciente que mi marido tan solo la escribía a ella y aunque al principio había temido confesármelo, ahora lo hacía con facilidad. Sobre todo desde que le había comentado el tema de las pistolas. Parecía que aún no había pasado nada, que no las había usado y que mis imaginaciones con respecto a ese duelo nunca habían tenido lugar.

—Eso es porque no ha visto lo enamorados que estáis los dos, Remedios. Tienes que tener paciencia. Sé que si regresa... podrá descubrirlo por sí mismo —expliqué antes de darle una sonrisa sincera—. Confía en mí.

—Pero ya han pasado tres meses...

—Algunas personas están toda su vida esperando por un momento como este, sois muy jóvenes, aún podéis esperar. El amor no se extingue por el tiempo separados y si es así, no es amor —aseguré antes de regresar a mi lectura volviendo a escuchar otro horrible suspiro—. ¿Hay algo más?

—No.

Le di una mirada cariñosa justo en el momento que una de las criadas traía un sobre para mí. Pude distinguir el puño y letra de mi hermana. Agarré la carta con cierto miedo y cuando, finalmente, tomé valor para abrirla, me encontré una noticia que no tenía nada que ver con mi esposo. Mi madre había tenido un grave accidente y debía acudir cuanto antes para atenderla. En la posdata estaba especificado lo que mi esposo había dicho sobre mi viaje, por supuesto me daba permiso, pero tenía que llevarme a Remedios conmigo. Sabía que a consciente de su amorío y probablemente por eso había tomado esa decisión.

Después de protestas de Remedios, finalmente accedió conmigo para hacer ese viaje tan largo tan solo porque así podría ver a su hermano y rogarle de forma reiterada y pesada que le permitiese vivir su propia historia de amor como ella creía que le correspondía.

El viaje de tantos días en barco fue agotador y cuando llegué al puerto no era mi esposo quien me esperaba sino los criados y mi prima. Me abracé a ella y comenzó a ponerme al día en cuestión de segundos. Ni tan siquiera me permitió respirar de nuevo el aire familiar de mi hogar.

Un carro nos llevó hacia mi hogar familiar y ahora solo de mi madre y, finalmente, se llevó a Remedios acompañada del resto de los criados hasta el castillo donde mi esposo seguía viviendo. Había sido una buena adquisición. Miré la figurad del castillo del mismo modo que todas las veces, distante e inaccesible. Por supuesto, no tenía planeado quedarme allí sino que mi estancia sería al lado de mi madre quien aunque no me había escrito casi por ser parca en palabras y en esos gestos, seguramente me entregaría los brazos abiertos con mayor facilidad en estos momentos tan penosos para ella.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora