Capítulo 9

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La sorpresa fue después, nos indicaron que el baile no sería en su hogar porque no estaba previsto aún para tales menesteres así que el duque había cedido a sus amigos las instalación de su castillo sin problema. Era algo muy generoso por su parte ya que poseía una sala de baile majestuosa. Y el resto del tiempo estuvo siendo el único tema de conversación. Había hecho de carabina en alguna ocasión cuando mi prima había querido ir a ver al doctor y había empezado a hablarle a madre de mis deseos por ir a la capital en los que mi hermana también se había visto involucrada. Aseguraba que, tal y como yo le decía, en un ambiente con muchas más personas sería mil veces más sencillo que pudiese encontrar marido.

No obstante, el primer viaje que hice a la capital no entraba en mis planes de huida sino como un deseo de mi hermana y de mi prima para así hacerse con adornos para sus vestidos. Ambas querían ser las más admiradas y dado que ahora no estaban solas en la casa las hermanas que habían intentando ser parte de nuestro círculo, no habían querido marcharse.

Por ese cambio de planes en el lugar, el baile había sido pospuesto pese a la fecha señalada de primeras y los últimos preparativos estaban dispuestos a fraguarse hasta que todas las mujeres quedasen satisfechas porque no importaba ser soltera o casada, el baile siempre era una de las mayores diversiones para todas las que eran aún jóvenes para bailar al ritmo de los acordes de melodías exquisitas.

Yo tenía todo preparado para mi vestido y me rehusaba por completo a comprar algo más. El dinero que mi madre me había dado era más bien poco y aunque mi hermana había insistido, nunca había sido algo que me diese demasiado placer escoger muchos complementos. Era incapaz de imaginarme qué podía quedarme mejor o verlo incluso. Ella sabía mis gustos y se vestía con mucho más encanto que yo, así que acostumbraba a comprarme siempre a placer.

Por eso, cuando ambas entraron en una tienda de cintas, mis ojos se pusieron sobre otra tienda más singular. Allí donde vivíamos no había acceso tan fácilmente a la lectura, de hecho, los libros que teníamos siempre eran regalos o algunos que nos habían sido heredados. Mi padre se había hecho con una gran colección de los mismos y aún había muchos que no había sido capaz de disfrutar. No obstante, me era imposible no mirar aquella tienda repleta de ellos prácticamente hasta el techo. Sonreí encantada, siempre había sido una de mis más grandes pasiones y quizá por la biblioteca que había poseído la familia de Sebastián y por su propio amor a la lectura, es por lo que había pensado que éramos almas afines hasta en las cosas que otros consideraban menos importantes. Sabía que quienes no tenían tanto acceso como nosotros, a duras penas si eran capaces de hacerse con algún tomo y aprender a leer, pero no me cabía duda alguna que el analfabetismo era problema nuestro tanto como suyo. ¿Quiénes de su entorno podían enseñarles si nosotros les habíamos negado ese derecho? Por eso era hereditario ya que los saberes de los padres se pasaban de unos a otros en las clases obreras.

—Buenos días, señorita —musitó un hombre al otro lado de una mesa.

—Buenos días —susurré paseando por entre los montones de libros. Algunos no estaban en buen estado, al menos no a simple vista, pero podían tener grandes y poderosos saberes en su interior. Quizá por eso era capaz de venderlos más baratos a todos los bien cuidados que estaban en otra de las zonas de ese mismo local.

Debido al dinero que me había dado mi madre, un libro en condiciones óptimas me resultaba impensable, pero otro con peor aspecto entraba sin problemas en el presupuesto. Es más, podía intentar cambiar la encuadernación pidiendo ayuda a alguno de los amigos de mi padre y aún así me saldría más barato que uno recién sacado de la imprenta.

Leí el título en la contraportada y rocé con los dedos el papel que efectivamente estaba en mejor estado, un poco doblado quizá en las esquinas, pero nada que no indicase que además tenía su propia historia entre los lectores que lo habían poseído.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora