Capítulo 21

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Mientras Remedios tocaba el piano, me dediqué a responder las cartas que me habían llegado el día anterior. La tinta se deslizaba con facilidad y la pluma de ganso no tenía todo el plumaje sino que había sido recortada. Reme me había asegurado que su hermano lo había hecho para que aprendiese a cogerla con soltura, pero que se había acostumbrado a que estuviesen así, por eso no tenía una pluma de ganso como la que tenía él completamente llena de esos preciosos colores del propio plumaje.

Las notas se sucedían con gran dominio de las teclas del instrumento bajo la atenta mirada que un hombre muy serio que era su profesor de piano. Alguien mayor, que tendría la edad de mi madre y que tosía demasiado como para ser saludable. Sus andares eran propios de quien se sabía importante y no era para menos cuando me habían susurrado que también había estado enseñando en la corte hasta hacía muy pocos años. El rey había prescindido de sus servicios por su salud, pero negándose a renunciar a su pasión había buscado trabajo para servir a otros nobles.

Con nariz aguileña y mirada fija en la joven, le repitió pocas veces aunque de forma severa, que debía recordar la transición de los dedos de una escala mucho más pausada a un allegro. Debía fortalecer el increscendo que tenía al principio y aunque, aseguraba, que era horrible lo que estaba escuchando. A mis oídos era toda una virtuosa del instrumento.

Decidí mandar un solo sobre para responder a mi hermana ya que sabía que Sebastián estaría pronto por aquí y sería innecesario responderle con tanta premura. ¿Qué mejor que hablar esas desavenencias a viva voz? Cualquier malentendido podría ser subsanado más fácilmente que a través de una carta.

No me importó explayarme. Siempre nos habíamos contado todo y quizá por eso pude explicarle mis dudas en todo lo que había oído y que sabía recientemente.

Al finalizar su clase, la carta aún estaba secándose en sus últimas líneas y había firmado la misma del mismo modo que lo había hecho ella. Debía admitir que sufría y mucho, la ausencia de mi hermana y más aún un sufrimiento que podía hacerme odiar algo que no debía martirizarme tanto. Me resultaba imposible controlar mis emociones cuando se deslizaban mis preguntas por mi mente y el deseo necesario por conocer la verdadera historia por parte de mi hermana de su encuentro con el duque, mi actual y desaparecido esposo.

Fue entonces cuando se me ocurrió la posibilidad de que se hubiese marchado sin ninguna de las dos hacia mi hogar para reencontrarse con ella de forma que pudiese reavivar ese amor que no había podido seguir profesando debido a haber tenido que atender a una esposa y una hermana a kilómetros de distancia.

—Mónica, ¿tocas el piano? —preguntó Remedios mirándome con una sonrisa de entusiasmo.

—No tan bien como tú —contesté con modestia.

El maestro, en cambio, decidió ser quien se atribuyese la responsabilidad de preguntarme algo más.

—¿Me haría el honor de tocar una pieza?

Dejé la pluma descansar y observé a ambos sabiendo que me sería más que imposible negarme a tocar algo. Hice acopio del valor que tenía en el cuerpo y acepté antes de que Remedios se levantase de la banqueta del mismo permitiéndome que me sentase. Observé las partituras que tenía delante y tan solo los grandísimos maestros firmaban esas partituras llenas de complejidad y hermosura que mis propios dedos habían tenido que obligarse a aprender sin el beneplácito de un hombre con reputación de gran maestro sino al oído demandante de mi estricta madre.

—Puede tocar la misma melodía que la señorita.

—Oh, no. Me niego. Las comparaciones serían odiosas —musité observando al hombre de reojo así que me terminé decantando por una melodía diferente, un Tchaikovsky que estaba en último lugar que había sido mi tortura durante innumerables horas de ensayos hasta que mi madre había encontrado la perfección en el mismo—. Esta.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora