Capítulo 30

2.8K 200 7
                                    

—Te prestaré a mi yegua —dijo Remedios cuando ya estuvimos observando a los caballos—. Es mucho más mansa que su hija así que te vendrá mejor para poder montarla. Además, Celestina solo me quiere a mí, como el pura sangre de mi hermano solo le quiere a él como jinete.

Observé al majestuoso animal que tenía unas crines pardas aún bastante lustrosas. Se notaba que cuidaban muy bien de ellos, que no les faltaba de nada y eso también me hacía saber hasta qué punto allí se mantenían todos los detalles para que nada escapase de lo cotidiano.

Mariano le pidió a Sebastián que escogiese, pero aunque con buen agrado hubiese montado al pura sangre, sabía que él no pensaba hacerle ni caso. El animal, de un negro majestuoso, relinchó casi con enfado cuando mi amigo lo propuso. Me reí porque aquel animal era mucho más inteligente de lo que probablemente otras personas podrían haber llegado a creer.

Remedios, en cambio, rodó los ojos como si cualquier cosa que hiciese Sebastián le resultase insoportable. Se dio cuenta que no me había pasado por alto su comportamiento y negando pidió que no hiciese preguntas, aunque eso no iba a quedar así, por supuesto.

—¿Lista para montar? —La voz profunda de mi esposo contra mi oído logró despertar un terremoto y le miré asintiendo.

Con habilidad, me ayudó a subir a la yegua y me contempló del mismo modo que lo había hecho en su despacho cuando estaba desnuda. No sabía si había rememorado el momento o que, de cualquier forma, iba a dedicarme siempre esa mirada cuando menos lo esperase. Mi estómago se retorció de dicha ante aquella falsa promesa porque no podía decir que no era fantástico saber que podía causar esa mirada en cualquier instante.

Comenzamos a cabalgar. Mariano se mantuvo cerca de ambas mientras que Sebastián llevaba la delantera. El duque nos cuidaba era evidente, sin importarle demasiado qué podía pensar aquel amigo común. Su mirada se posaba de vez en cuando en mí y esa sonrisa que derretiría la nieve, logró que me sonrojase como si estuviese frente al amor de mi vida. La idea me asustó en un principio, pero después, no me pareció tan horrible. ¿Qué importaba si mi esposo podía terminar teniendo ese título? Es más, me habría tocado un tesoro que ni tan siquiera hubiese esperado.

Remedios decidió adelantarse después y dejar que su yegua se luciese la cual parecía adorar volver a estar en acción de algún modo. Desbordaba alegría y eso logró que la pequeña se pusiese de mejor humor del que había estado hasta hacia poco tiempo.

—¿Por qué parece odiar a... ?

—Fue su primer amor —explicó Mariano que lo comprendió por completo—. Tierno y agradable con ella, se encaprichó. Me pidió que le ofreciese su mano, que hiciese que pudiesen casarse cuando no tenía nada más que doce años. Así que, le aseguré que si seguía enamorada a los quince de él, lo haría. Después se enteró de que Sebastián se enamoró e iba a casarse, así que le odia con todas sus fuerzas porque es mucho más sencillo para ella.

—Es joven aún para saber lidiar con un encaprichamiento o enamoramiento que no sale del todo bien —musité con la espalda recta.

—Lo sé. Aunque la entiendo. No es fácil aceptar algo así. Tampoco se le hizo fácil saber que tú estabas enamorada de él —explicó logrando dejarme boquiabierta.

—¿Y tú cómo sabes eso? —refunfuñé.

—Le pedí a Remedios que me mantuviese informado de lo que pasaba durante mi viaje. No estaba demasiado lejos, así que me escribió varias cartas y entre ellas, me lo dijo. Me explicó qué hablasteis y...

—Así que no tiene secretos contigo.

—No es así. No del todo. Sí que hay cosas que no me ha contado, pero le pedí que averiguase más, por mí. No se lo tengas en cuenta —pidió mirándome con algo de tristeza porque sabía que había metido la pata y mucho.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora