Capítulo 15

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Sumida en mi lectura u observando el mar sin compañía pasé la mayor parte del tiempo. Los cuarenta días del trayecto prácticamente. El humor de mi marido se distinguía a kilómetros y no quería ser el chivo expiatorio con el que pudiese desfogar o herir. Prefería mantenerme lejos, algo que había aprendido de mis padres cuando tenían un humor de mil demonios, pocas veces, desde luego, se habían dejado llevar por la cólera, pero los últimos años de la vida de mi padre habían sido complicados debido a su enfermedad, le había llegado a cambiar por completo.

La comida dejaba mucho que desear en un viaje como ese. Suponía que la forma de cocinar era mucho más complicada o que el cocinero hacía lo que podía con lo que le daban. Creí que algo me había sentado mal, así que fui directamente al camarote a tumbarme. Cuando desperté, mi marido estaba tumbado en la cama que había justo encima de la mía. Era la primera vez que dormíamos en la misma habitación. Podía escuchar su respiración acompasada. No roncaba, como sí que había hecho mi madre toda la vida. Él permanecía quieto, murmurando tan solo alguna cosa inaudible en sueños y sedando el ambiente con la tranquilidad que emanaba.

Distinguí, gracias a la luz que entraba por el ojo de buey, la mano con la alianza que permanecía fuera de la estrecha cama ya que tenía el brazo estirado. La mano no tenía fuerza, no lo hacía a propósito, pero me concentré en ella. Pensé en cómo se verían nuestras manos unidas cuando la mía era tan pequeña o porqué la idea de tener esas confianzas era algo imposible. También me sorprendió su tamaño y me pregunté si sería suave o áspera si en algún momento me regalaba una caricia a placer con toda la palma y no solo por cumplir.

Cerré mis ojos molesta por la congoja que sentía en ese momento. No era justo que me doliese tanto no tener un marido al uso. Me creía más miserable que todas las mujeres hasta que recordé que no todas se casaban por amor como mi madre me había dicho a menudo. Puede que, en realidad, hubiese tenido suerte, más que las otras, porque no me hubiesen obligado a hacer nada que yo no quisiese.

Uno de los días fui la primera en despertarme y con todo el silencio posible, me cambié la ropa antes de comenzar a arreglar mis cabellos. Lo más complicado de vestirse una sola era ceñirse el corsé. No siempre quedaba como una quería. Tenía una técnica, es cierto, pero en esto ayudaba y mucho, la mano amiga.

Una mano envolvió la mía y logró que me quedase sin aliento. Mi marido había despertado y había sido tan sigiloso que no le había oído. Sus dedos rozaron los míos y me quitaron la labor de entre las manos. Le noté hurgar entre los cruces de la tira y finalmente, dio un tirón más contundente. Jadeé por instinto. Él se quedó parado y después, volvió a hacer lo mismo causando el mismo efecto en mí. Llevé mis manos a mi abdomen sintiéndome de algún modo expuesta, más de lo que había deseado nunca. Mi otra mano acudió al escote allí donde mis senos eran mucho más visibles y terminé sintiendo otro tirón que logró que quedase tan ceñido como a mí me gustaba.

—¿Así está bien? —susurró contra mi oído logrando que un inmenso cosquilleo se deslizase por mis mejillas sin mi permiso.

Asentí ya que no sabía si podría articular palabra y se encargó de hacerme la lazada en la parte baja.

—Gracias —dije mirándole por encima de mi hombro y él, ni corto ni perezoso, atrapó mi boca una vez más.

La sutileza no fue parte de ese beso, tampoco la dulzura. Pude sentir el deseo, el anhelo de algo más que no sabía que era. Sus labios buscaban en mí la forma de saciarse, se aceleraba a placer y provocaba que en mi cuerpo se despertasen deseos de entregarle lo que ansiase. Su lengua acarició con lentitud mis labios y pronto estuvo dentro de mi boca mientras sus manos envolvían mi cintura y me apretaban con fuerza a él. Podía sentir cómo subían por el corsé. Todas aquellas nuevas emociones estaban logrando asustarme y, finalmente, me separé de sus labios antes de hacerlo de él.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora