El orgullo era uno de los pecados más grandes. Podía romper, destruir y hasta hacer imposible lo que se creía nuestro, algo que se consideraba que jamás iba a faltar. A la mañana siguiente supe que mi relación con el duque pendía de un hilo. Abrazada a mis piernas había pasado gran parte de la mañana, pero recordé que el mundo seguía girando aunque no fuese por capricho mío.
Agustina había sido la primera en llamar. Su marido no había podido acompañarla, pero había decidido ser lo bastante buena como para no echarme en cara una vez más que no acudiese a su boda, tan solo porque comprendía que mi madre merecía su consabido descanso y luto.
—Había ido a buscarte a casa de tu esposo, pero me dijo que no estabas. Habías querido quedarte aquí. Pese a lo horrible que le hubiese parecido a tu madre —dijo fingiendo que se le atragantaba la palabra—, el duque lo ha hecho ver como un acto de amor. Me aseguro que querías tanto a tu madre que era imposible sacarte de aquí. Aunque podía verse que una noche más separados no ha sido tampoco plato de su gusto.
—Agustina...
—Sí, ¿no lo sabes? Se ha pasado tanto tiempo aquí como un alma en pena. Los estudios de su hermana eran tan importantes que no podía alejarte de ella porque confiaba mil veces más en ti que en todos sus criados, pero tu ausencia le mataba —explicó llevándose una mano al pecho antes de soltar un suspiro—. Mi esposo me aseguró que le encontró varias veces, por la noche, vagando por el lugar. Hay rumores de que se ha pasado todo el tiempo en los jardines cuando el trabajo se lo permitía. ¿Recuerdes al sitio al que fuimos? El que nos mostró en nuestra visita. Pues allí mismo.
—¿De verdad?
Asintió y tomó mi mano con suavidad.
—Haz el favor y apresúrate en regresar a su lado. Ese hombre está desolado sin ti.
Pese a que aquello alimentaba mi alma enamorada, no podía fingir que con saber aquello estaba todo solucionado. Él dudaba y yo también. Debía verlo en él, leerlo del mismo modo que habíamos logrado comprender nuestros cuerpos, pero quizá era el orgullo o sencillamente la vergüenza la que no me daba tregua para aceptar que marcharme al castillo sería la opción adecuada para mí.
—¿Ocurre algo?
Negué inmediatamente. Quería que nadie supiese los verdaderos motivos que me habían llevado a estar en esa casa. Era obstinada como una mula, frase que había escuchado decir a una de las criadas en la mansión de mi esposo. Debía mantenerme en silencio, callada, fingiendo que todo estaba bien salvo la muerte de mi madre y, cuando el luto terminase, podría encontrar otra razón para seguir escondiendo la dureza del momento vivido.
Agustina se marchó a la hora de la comida. Sin embargo, minutos más tarde, la puerta sonó. Cuando la abrí, mi marido estaba al otro lado, esperando, volviendo a dirigirme esa intensidad que tenía por costumbre en esos ojos para pedirme con un simple gesto si le dejaba pasar. Me di media vuelta y continué caminando hacia el comedor.
—¿Has comido? —pregunté en voz lo suficientemente alta para que me pudiese escuchar.
—Aún no.
—¿Quieres comer?
—Por favor —repuso antes de que me fuese a marchar para pedirle a la criada que colocase otro plato, pero como apareció, fue Mariano quien lo pidió agarrando mi brazo para que no pudiese marcharme. Espero a que se marchase y acercándome más de lo que era necesario, supe que la distancia entre su pecho y mi espalda era prácticamente nula—. ¿Cómo sigues?
—Igual que ayer. Igual que el momento en que murió.
—Es un dolor que va a acompañarte mucho tiempo. Sé lo que se siente.
![](https://img.wattpad.com/cover/243722599-288-k196992.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El duque
Ficción históricaLa boda de su hermana y su mejor amigo logran que Mónica entienda el sufrimiento de primera mano. Enamorada de Sebastián desde que era una niña, ha soñado con casarse con él. Sin embargo, el destino es caprichoso y tuvo otras intenciones. Durante el...