Capítulo 27

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El recuerdo de esa mujer escapando de nuestro dormitorio me hizo separarme de sus labios a pesar de ser consciente de cuánto los había extrañado. Retiré mi rostro y jadeante, apreté mis párpados en un intento por mantener el semblante calmado y así que no se notase la gran cantidad de emociones que estaban circulando por mi ser. Mariano apoyó su frente contra mi sien y no me permitió alejarme ni un mísero milímetro de su cuerpo. Sin embargo estaba empezando a perder toda esperanza en encontrar algún atisbo de lógica en su forma de comportarse. Estaba perdida en todos los sentidos de la palabra posibles.

—¿Dónde estabas?

No quería hablar. Mi secreto era mío y lo mantendría.

—Suéltame, debemos desayunar.

—No.

Volví a mirarle en busca de un nuevo reto.

—Tenemos a un invitado.

Sus ojos me contemplaron con cierta pizca de inseguridad que volvió a resquebrajarme por dentro. Ese era el problema. Sus celos permanecían ahí y no era capaz de distinguir los míos. El daño que estaba creando a nuestro alrededor comportándose como el hombre que quizá era, pero que no me había demostrado desde que nos habíamos conocido. No le había visto mirar a otra mujer con deseo y si lo había hecho con mi hermana ni tan siquiera había sido consciente de ello.

—No me importa. Tenemos una conversación que terminar —explicó como si fuese más urgente que cualquier otra cosa en el mundo aclarar algo que no tenía sentido alguno hacerlo.

Sin embargo, me vi arrastrada por sus brazos a los que odiaba no poder resistirme por la fuerza aunque mi espíritu tampoco había querido hacerlo. Abrió la puerta de nuestro cuarto de nuevo y le miré con la respiración acelerada, negando. Él comprendió sin palabras y se dirigió hacia su despacho. Abrió la puerta y entré aunque no había sido mucho mejor el último recuerdo que tenía de nosotros en esa habitación.

Cerró la puerta y me quedé en mitad de la sala con las manos a la altura de las caderas jugando con mi alianza que volvía a quemarme y pesarme como la otra vez. Sentí su cercanía mientras reducía la distancia y cuando se quedó detrás de mí, volví a sentir que su nariz se hundía en mi pelo, pero me negué y me giré para volver a enfrentarle cara a cara.

—Habla.

Él pareció sorprendido de que le estuviese dando órdenes y una sonrisa fue la respuesta inmediata, como si se alegrase en cierto sentido de mi respuesta. Aceptó hacerlo tras un amago por tocarme el rostro que le denegué por completo.

—Lo que viste ayer, no es lo que crees —cuestionó mirándome sin ningún atisbo de duda—. No negaré que no sería la primera vez que tomase a esa criada. Lo he hecho varias veces. Está enamorada de mí y hasta hoy no le vi ningún problema a ese hecho. Debía respetar que tenía esposa. Te esperaba a ti, enfadado, molesto y con muchas ganas de pelea. Eso tampoco lo negaré. Ella entró y dejó algo en la habitación creyendo que estaba vacía. Malentendió que estuviese en esa posición en la cama y empezó a desvestirse. —Levantó el rostro y respiró profundamente mientras su voz se iba tiñendo poco a poco de emociones que no quería tener que dilucidar—. Estaba tan enfadado porque había visto a Sebastián contigo, tocándote de ese modo que pensé que había vuelto a perder lo poco que había ganado contigo. Así que le dejé que se desvistiese pensando en hacerla mía en nuestra misma cama como venganza, para ver si había alguna parte de ti que notase un mísero dolor parecido al que yo estoy padeciendo teniéndole aquí. Tu alegría fue para él nada más llegar. ¿Cómo no...? —Su mirada se posó en mí y suspiró parando ese discurso—. Acepté mi derrota cuando supe que no quería que fuese esa mujer la que estuviese allí desnuda sino tú. Después, le grité y te vi.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora