Capítulo 35

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«Querida hermana.

Tú me escribiste afligida, yo tengo que responderte devastada. He cometido una de las mayores locuras que podría haber cometido jamás. Pese a que te escribo esta carta atormentada, sé que no podrás leerla en mucho tiempo y puede que, para la fecha, tan solo sea un vacío deplorable en mi pecho.

Debo aceptar, en secreto, que amé a mi esposo incluso antes de lo que pensaba. Estar entre sus brazos fue una dicha que ni tan siquiera yo misma supe que necesitaba. Sin embargo, todo se enturbió demasiado fácilmente.

La colección de libros te la mandó mi esposo. No sé si sabías de sus sentimientos por ti antes de conocerme, pero si no era así, te daré la noticia por mí misma antes de que escape nada de sus labios. Su adoración era secreta y pese a todo, se mantuvo cauto y distante aunque su corazón latía tan solo por tu simple existencia.

Hoy marcha hacia allí. Su roto corazón ha logrado palidezcan toda clase de sentimientos que en mí fuesen importantes. Ahora, te digo, que por favor seas su consuelo y no así mi fragante defensora. Que le animes a sanar cada parte de su alma. Que le hagas pensar en la idea del amor de algún modo, incluso si eso cavase mi propia tumba. Porque le mentí, juré que no le amaba cuando tan solo deseaba evitar una horrible disputa familiar de la que no puedo darte más explicaciones.

Tan solo ese es mi único reclamo y deseo. Haz que vuelva a sonreír.

Con afecto,

Mónica».

Los días sin Mariano pasaron demasiado lentos. Podía imaginarle correteando por el jardín del castillo junto a mi hermana o una mujer sin rostro mientras que el mío iba perdiendo su color a cada paso. Me había vuelto prisionera de mis propios sentimientos y aunque Remedios intentaba hacerme compañía ahora que su hermano no estaba impidiéndolo, yo había optado por seguir aislada comprendiendo que me merecía ese castigo que me había impuesto por haber jugado con sus sentimientos a placer.

El recuerdo con Sebastián seguía siendo traumático entre mis pesadillas. Había visto su rostro encolerizado y como los años de cariño que le podía haber tenido se habían visto reducidos a un asco sin precedentes. Despertaba deseando arrancarme la piel a tiras para no sentir sus manos os sus besos por mi cuerpo.

No había pasado nada más. No había ido a mayores, pero era lo suficientemente insoportable el recuerdo como para que aún la suciedad me persiguiese. No era digna de ser la esposa de Mariano y, como tal, había empezado a creer que debería alejárseme de semejante palacio.

Cada vez comía menos y todo me daba el mismo asco que el recuerdo, así que intentaba disimularlo delante de Remedios cuando comía conmigo.

—He vuelto a ver a Roberto —dijo una mañana rompiendo el silencio que se había vuelto a instalar en la habitación como un comensal más.

—¿De verdad? ¿Y qué tal?

—Muy bien —aseguró sonrojándose y bajando su mirada al plato—. Me ha dicho que quiere casarse conmigo —explicó antes de que alzase mi mirada con brusquedad de mi propio plato—. Dice que siempre podemos fugarnos si mi hermano no...

—No. Fugarte, no.

La manera en que lo dije fue casi autoritaria. Sus ojos me observaron primero sorprendida y acto seguido desafiante como si me estuviese colocando en una posición que no me correspondía.

—Disculpa... me refería a dos cosas: la primera es que no será necesario. Haré lo que esté en mi mano para tu hermano pueda aceptar ese matrimonio y, la segunda, ¿sabes lo que le ocurre a una chica cuando se fuga con un amante por mucho que sea un amor verdadero? —pregunté enarcando una de mis cejas antes de que ella negase volviendo a tener una expresión afable—. Las mujeres y los hombres pierden toda reputación. Pero la de los hombres es capaz de ser recuperada mientras que la de las mujeres jamás se reconstruyen. Somos manchadas de alguna forma. Todo el mundo piensa que nos han ultrajado que ha habido más que amor o precisamente por amor... Así que no pienses algo así. No le hagas eso a tu hermano. Su posición es muy importante y también para ti.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora