Capítulo 7

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 —¿Piensa quedarse aquí? —pregunté en susurros mientras mi prima descansaba. No había abierto los ojos en todo el rato y probablemente no lo haría dado que la fiebre seguía igual de alta.

—Por supuesto. Solo me iré cuando usted venga conmigo —explicó mirándome desafiante—. Mandaré llamar a una de mis criadas de confianza y haré que se quede cuidando de su prima, pero usted me debe una salida.

—Yo no le debo nada.

Sonrió con sorna y caminó por la habitación observándola, casi como si la estuviese juzgando y se sentó en una de las sillas donde habían colocado un jarrón con arreglo florar parecido al mío.

—Discrepo. Le dijo a Sebastián que me entretendría.

—Nadie pensó que Agustina podía llegar a ponerse enferma.

—Es cierto, nadie lo pensó. Así que, supongo, que deberé quedarme aquí si es lo único que piensa hacer durante todo el día.

Respiré tan profundo como pude y cerré mis ojos antes de mirarle por encima del hombro al volver a abrirlos.

—No tiene que buscar excusas para quedarse con Agustina. No me importa hacerles de carabina si tanto le preocupa su salud —aseguré con paciencia.

—¿Por qué dice eso? —enarcó una de sus cejas enfadado, algo que, a mi juicio, era un síntoma de un hombre demasiado orgulloso para aceptar la realidad.

—Ha decidido pagar sus remedios cuando nadie se lo ha pedido, por ejemplo.

—Vista la forma en la que viven no creía que fuese necesario que hiciesen un esfuerzo más para pagar algo que no estaba dentro de los gastos previstos.

Aquello fue peor que un insulto. Sabía que él tenía mucho poder y dinero, pero nada de todo eso le concedía algún derecho para insultarnos con nuestra situación económica.

—Márchese —siseé mirándole con la peor expresión de enfado que jamás hubiese despertado nadie en mí.

—No.

—Se lo ordeno.

—No puede darme órdenes —argumentó igual que si fuese un inferior.

Me levanté de la cama tras colocar la compresa fría encima de la frente de mi prima y cuando volví a enfrentarle sabía que mis modales habían terminado desapareciendo del mismo modo que los suyos.

—Si le he soportado durante todo este tiempo ha sido por dos razones: Sebastián y Agustina. La sola idea de que sea amigo de Sebastián me resultaba difícil de creer desde el primer momento, pero acepté su presencia por desagradable que me resultase tan solo por un hecho, un único hecho, Agustina está tan enamorada de usted que yo haría cualquier cosa porque su vida fuese plena incluso con un ser maleducado como el gigante sin corazón que tengo enfrente —contesté antes de respirar porque no me había dado cuenta que había estado manteniendo todo el tiempo la respiración contenida, sin volver a dejar que mis pulmones se llenasen.

—Créame que no ha sido para mí de mucho mayor agrado. ¿O cree que es divertido ver cómo un alma en pena intenta fingir que es una mujer cabal y con principios cuando se arrastra por cada migaja que le da Sebastián? —preguntó en un tono de voz que caló en mis huesos e hizo que me estremeciese como una hoja.

—Creo que es evidente que nos odiamos.

—Por supuesto y la repulsión es mutua —continuó antes de dar un paso hacia delante.

En ese momento fui consciente de que no había mucha más separación entre ambos porque yo había avanzado igualmente sin darme cuenta.

—Finjamos entonces que ha sido una agradable compañía de cara a los demás y así tendremos que evitarnos el sufrimiento de volver a vernos.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora