Tras el desayuno, los novios se marcharon finalmente de viaje y mi madre regresó a su hogar. El duque se quedó con Agustina y conmigo y nos invitó a ambas a dar un paseo por los jardines. El aire cálido era agradable, más cuando se trataba de estar al aire libre. Adoraba la forma en que rozaba mis mejillas con la misma suavidad que lo hacían las sábanas limpias. Era un mimo que no me negaría ni por todo el dinero del mundo.
—Imagino que, ahora que su hermana y su prima, respectivamente, se ha casado, ambas deberán buscar marido. ¿Me equivoco? —preguntó con el porte fornido mientras seguíamos paseando, yo agarrada del brazo de Agustina que estaba entre ambos.
—Así es.
—Agustina, de hecho siempre ha tenido mucha más madera de esposa que yo misma —expliqué colocando a mi prima por las nubes—. Sabe hacer todo lo que debe hacer una buena esposa y, cualquier hombre si tiene un mínimo de gusto se vería en la obligación de desposarla.
—¿Obligación?
Asentí antes de acercarme a un rosal e inclinarme para aspirar el aroma de las flores.
—Sí, obligación. No se podría encontrar mujer mejor que ella —continué.
—Es cierto que una buena esposa tiene que tener muchas cualidades, concuerdo con usted, pero ¿deja el amor a un lado? —cuestionó con una sonrisa divertida.
—El amor es algo que puede construirse con el tiempo. Por supuesto que casarse enamorado es lo ideal, pero no todo el mundo tiene la misma fortuna.
El sonido de los pájaros de fondo me hizo levantar la mirada con una sonrisa hacia una de las copas de los árboles sobre nosotros. Había un nido de aves que no pude reconocer por la frondosidad del follaje.
—¿Es eso lo que opina usted también, Agustina?
—Yo preferiría casarme enamorada —explicó mirando de reojo al duque casi en un intento porque él se diese cuenta que ya lo estaba de él.
—Quizá todo dependa de la posición que se tenga, ¿no creen?
—¿A qué se refiere?
—Me pondré como ejemplo —explicó señalándose con toda la mano el amplio pecho—. Debido a mi fortuna y mi posición no tengo porqué casarme si no es mi deseo y de hacerlo, no me veo en la obligación de negarme a estar enamorado.
—Pero hay una diferencia entre usted y nosotras —dije rápidamente—. Mientras que usted, como hombre, tan solo encontraría el halago de múltiples personas no haberse desposado con alguien que no haya logrado enamorarle o que no estuviese a su altura, nosotras tendríamos que la mala fortuna de ser señaladas como «solteronas» de no desposarnos antes de una edad en concreto.
—Comprendo, pues, que se verán obligadas a casarse antes o después con el hombre que les pida matrimonio les guste o no, ¿me equivoco?
—Eso me temo —respondió Agustina.
—O, en su defecto, aguantar las burlas que señalan a las solteronas durante el resto de la vida.
—¿Cree que tendría aguante?
—Sin duda. Es más, no pienso casarme siempre que me sea posible.
El duque frunció el ceño buscando en mis facciones más información, pero no le di ni un ápice. No se lo merecía. Además, no estábamos allí para hablar de mi posición y colocándome como alguien que no deseaba el matrimonio aunque fuese una mentira en gran parte, Agustina podía ser el único objetivo de las atenciones de aquel hombre que parecía despertar a la realidad de las mujeres por primera vez.
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El duque
Ficção HistóricaLa boda de su hermana y su mejor amigo logran que Mónica entienda el sufrimiento de primera mano. Enamorada de Sebastián desde que era una niña, ha soñado con casarse con él. Sin embargo, el destino es caprichoso y tuvo otras intenciones. Durante el...