Capítulo 14

2.8K 214 34
                                    

Aquella noche, volví a dormir sola. Mariano se despidió de mí con un beso casto en la frente en esta ocasión. Dormí inquieta, pero las horas pasaron deprisa porque pronto estuvimos en el barco que nos llevaría a España. Era un barco mucho más grande que todos los pesqueros que había visto siendo niña en las orillas del mar.

El ir y venir de las solas podría haberme mareado, pero por suerte era una sensación más agradable de lo que hubiese imaginado. Pasé gran parte de la mañana en la cubierta, mirando la inmensidad del mar y pronto mi esposo me hizo compañía, cuando yo menos lo esperaba.

—¿Estás bien?

Asentí varias veces como única respuesta.

—Hay un solo camarote, pero tiene dos camas, no tendremos porqué compartirla aunque sí dormir en el mismo lugar, espero que no te importe.

Negué antes de respirar profundamente. Mariano tuvo que ver algo en mí, no supe qué, para separarse y no querer seguir pinchando como siempre era costumbre entre nosotros.

—Estoy en clara desventaja —dije de pronto logrando parar su avance—. Sabes quién es el hombre que está metido en mi corazón, pero yo no sé quién es la mujer que provoca tu dolor.

Se agarró a una de las cuerdas del barco para volver a acercarse a mí. El viento jugaba con sus rizos y con los ojos entrecerrados parecía estar pensando si responderme o no.

—Tú pediste que nos conociésemos mejor —insté como si aquello no fuese culpa mía sino suya por haber tenido semejante idea.

—Vivaz hasta para esto —murmuró con una sonrisa maliciosa en sus labios, después, desvió su mirada de mí hacia la gran masa de agua que era el océano—. La conoces.

—¿Ah sí? ¿Quién es?

—Tu hermana, Mónica. Me enamoré de tu hermana.

Abrí los ojos ante la sorpresa y busqué algún gesto que hubiese indicado cualquier clase de amor en sus actos. Jamás había visto que la observase de un modo diferente o que se mostrase de ninguna forma que la amaba con la misma fuerza que yo amaba a Sebastián. Él había sido capaz de esconder sus emociones mucho mejor que yo, sin duda.

—¿Cómo?

—La conocí por casualidad. Me la presentaron en una fiesta cuando quise hacer algunos negocios en la capital. Quedé prendado de ella. Su manera de ser, su coquetería, su porte y gracia, me hicieron enamorarme casi al instante. Desde el primer momento, busqué ser el único al que le diese sus atenciones, pero tuve que marcharme a España cuando creía que había logrado entrar en su corazón, aunque fuese un poco —explicó con el ceño fruncido—. En España me encontré con Sebastián y le pedí que, dado que regresaba a su país, me hiciese el favor de entregar un regalo a una mujer. Nunca he sido de los que airean sus emociones, así que no sabía bien lo que tu hermana significaba para mí. Imaginaría que era una vieja amiga o algo por el estilo, nada más lejos de la realidad.

Miré a mi alrededor y me senté en un saliente meciéndome a merced de las olas.

—Cuando regresé, Sebastián se había enamorado de ella y ella de él. Por la amistad que me unía me negué a hacer nada y mucho menos demostrar que todo lo que había hecho había sido por conquistarla. Simplemente les ayudé, hice todo lo que pude para que ese amor fuese aún más intenso, más mágico. Todo lo que yo había querido entregarle a ella, se lo di a Sebastián como ideas para conquistarla ya que siempre me aseguraba que, por mucho que hubiese pasado toda la vida a su lado, o casi toda, te conocía a ti mil veces mejor que a la mujer que ahora reinaba su corazón —explicó antes de apretar la cuerda entre sus dedos volviendo a mirarme—. No pareció saber que sentías nada así que fue una sorpresa para mí descubrir que ambos estábamos en las mismas condiciones en aquella boda. Tú penabas por él y yo por la novia.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora