Al día siguiente estaba tan mareada que Mariano no me dejó salir de la cama. Me aseguró que tenía que quedarme allí si no quería que me enfadase, por lo que recibí todas las visitas en la habitación, que se reducían a Remedios y Sebastián, pero que parecían estar muy preocupados por mí.
En cuanto a Sebastián se refería, Mariano no tenía pensado dejarle solo conmigo por lo que pudiese pasar, pero Remedios sí pudo quedarse a solas para que ambas hablásemos más tranquilas.
—Me ha dicho mi hermano que estás mejor, que solo ha sido un golpe.
—Sí. Solamente estoy mareada.
Ella sonrió alegrándose de forma genuina por mí, pero con una tristeza en la mirada que no podía llegar a comprender.
—Fue mi culpa —dijo de pronto demostrándome que no me había confundido al entender que ella tenía un pesar—. Si hubiese recordado que...
—Escucha, Reme. No pasa nada. Solo ha sido un accidente. Eso es todo.
Ella me miró sin sonrisa alguna y después, bajó su mirada a las manos comenzando a llorar e hipar sin consuelo.
—No lo hice a propósito, de verdad que no yo...
—No lo he pensado en ningún momento.
—Pero Sebastián sí. Me regañó —dijo llorando y secándose las lágrimas como si fuese una niña pequeña que no quería ser descubierta llorando por algo por lo que no debía hacerlo.
—¿Por qué te dijo...?
Los llantos de Remedios fueron alterándose con el paso de los segundos y casi no podía hablar, así que le pedí que se tumbase conmigo para así abrazarla y acariciarle el cabello mientras ella dejaba que los sollozos la gobernasen hasta que pudiese terminar de desahogarse. Al fin y al cabo, pese a esa edad en la que ya podía casarse, no era nada más que una niña. Era frágil, había sufrido mucho y el mundo le estaba pidiendo ser adulta antes de tiempo como a cualquiera de las mujeres que habíamos nacido en aquella sociedad. La niñez no era algo que se dejase con el primer periodo, pero parecía que así estaba estipulado.
Estuve durante diez minutos intentando consolarla hasta que poco a poco fue calmándose. Sus cabellos eran suaves y se podía pasar sin problema alguno los dedos entre ellos así que me hacía también más sencilla la labor de consolarla porque aquel gesto podía amansar a las fieras.
—¿Puedes contarme ahora qué es lo que te ha dicho? —pregunté en un susurro.
Ella me miró y suspiró antes de asentir. Bajó la mirada de nuevo avergonzada y se quedó ahí, a mi cuidado, como si no hacerlo pudiese lograr que volviese a entrar en aquella espiral de horrible e incontrolable llanto.
—Me enamoré de Sebastián cuando le vi por primera vez —confesó pese a que yo ya lo sabía—. Pensaba que no era consciente de mis sentimientos, pero hoy me los echó en cara. Me aseguró que había sido por mi culpa, que lo había hecho a propósito porque como sabía que tú también estabas enamorada de él quería quitarla de en medio del mismo modo que lo había hecho con la carta.
—¿Con la carta?
—No sé a qué se refería, pero me dijo que era malvada y que era una asesina. Yo no soy eso, yo no quise que... —sus palabras volvieron a entrecortarse y el llanto volvió a gobernarla.
La apreté a mi cuerpo con fuerza buscando tranquilizarla de nuevo asegurándole que yo no creía que lo fuese. Pero ahí había algo que aclarar, sin duda. No podía consentir que le echase Remedios la culpa de una carta que no le correspondía. Sabía que poco habían importado mis palabras y que Sebastián seguía pensando del mismo modo, en busca de un culpable. Era costumbre limpiar el honor de las mujeres amadas y quizá él había entendido que, con eso, había ensuciado Mariano el honor de su esposa.
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El duque
Historical FictionLa boda de su hermana y su mejor amigo logran que Mónica entienda el sufrimiento de primera mano. Enamorada de Sebastián desde que era una niña, ha soñado con casarse con él. Sin embargo, el destino es caprichoso y tuvo otras intenciones. Durante el...