Capítulo 13

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Cuando llegué al comedor, Mariano aún no estaba allí. Observé que todo estaba preparado para comer en cualquier momento, solo hacía falta mi esposo. Aún me costaba pensar en él de ese modo, más de lo que hubiese podido imaginar. Sin embargo, no me resultaba del todo desagradable la idea. Había visto a amistades casarse entusiasmadas y terminar odiando estarlo, por lo que no podía quejarme, al menos eso pensaba.

La presencia de Mariano se hizo notar cuando una de sus manos se colocó sobre mi vientre.

—Buenas tardes, bella durmiente —susurró llamando mi atención.

Fui a responderle, pero debido a la cercanía de nuestros rostros le fue fácil evitarlo callándome con un beso igual de dulce que aquellos que había usado las otras veces. Cerré mis ojos permitiéndome atesorar durante unos segundos el estallido de emociones provocado y supe que había logrando algo nuevo pues la palma de mi mano derecha había empezado a hormiguear pese a que desconocía las intenciones de ese gesto.

Su mano se atrevió a apretarme ligeramente contra su cuerpo y así hacer que notase en mi espalda el torso duro de mi marido.

—Buenos días —fue la única respuesta que pude darle cuando sus labios abandonaron los míos.

Mariano se quedó mirándome a los ojos, hizo amago de volver a besarme, pero la interrumpió de uno de los criados logró que se negase a seguir salvándome de ese amasijo de emociones que me hacían perder el control hasta de mis propios pensamientos.

—Sirvan la comida —indicó antes de alejarse de mí y correr una de las sillas para que me sentase. Lo hice. Él estaba en el lado más corto, en la presidencia. Era el lugar que normalmente se daba a las personas de mayor rango dentro de la familia o importancia. En mi familia hasta su muerte lo había tenido mi padre, y tras el riguroso luto, fue mi madre quien ocupó su lugar—. Por favor.

—Gracias —dije sentándome en la silla—. No deberías besarme.

—¿Y eso porqué? —preguntó con diversión en su voz.

—Fingir que nos queramos delante de quien sea es ridículo e incómodo.

—Nunca hay nadie cuando te beso —matizó antes de colocar la servilleta sobre mi regazo—. Además, no tiene nada malo que los esposos se besen y no pienso dejar de hacerlo.

Se inclinó hacia mí, pero le quité el rostro en cuanto pude.

—No lo hagas.

—¿Por qué? Amansa a la fiera —explicó antes de robarme un beso más corto y juguetón.

Me separé y negué varias veces jugando con esa distancia en su contra.

—La enfurece.

La sonrisa malvada apareció en sus labios y levantó las cejas con sorna.

—Tanto mejor para mí.

—Oh, eres imposible —aseguré cogiendo la servilleta dejándola sobre la mesa.

Su risa reverberó en mis oídos antes de que toda la mesa estuviese llena de las delicias que habían preparado. El duque con toda la paciencia del mundo, volvió a colocarme la servilleta de tela sobre el regazo separándome de mí después para sentirse en su lugar.

—¿Para qué querías que estuviese en la comida?

—Tengo una noticia que darte —dijo a modo de introducción mientras servía el vino, pero decliné quedándome solamente con agua.

Nos sirvieron los platos para mi sorpresa y después, nos dejaron casi a solas para poder comer. Solo había una persona en una esquina, vigilando aunque no entendía bien porqué motivo.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora