Capítulo 25

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Durante el desayuno reinó el silencio. Sebastián era lo suficientemente inteligente como para mantenerse callado cuando notaba la tensión entre los demás y aunque me miraba de vez en cuando buscando saber si todo estaba bien, una sonrisa era la única respuesta que recibía por mi parte.

Mi marido y Remedios no dejaron pronto solos. Todos tenían cosas que hacer y como fingía estar ociosa, fui a dar una vuelta con Sebastián por el jardín en busca de algo de aire que lograse calmarme en un instante en el que bien habría podido derrumbarme sobre el césped.

—¿Problemas? —preguntó mirándome de reojo con las manos a la espalda mientras yo observaba el horizonte.

—Nada comparado con los tuyos —mentí antes de fijar toda mi atención en él—. ¿Por qué no me cuentas ya qué es lo que ha pasado?

—Temo que estoy siendo fruto de un engaño. Ella me ama o eso creía desde que la conocí de nuevo, desde que la volví a ver cuando ya era toda una mujer. Pero ahora, tengo mis dudas. Durante mucho tiempo ha estado recibiendo regalos que siempre pensé que terminarían cesando cuando el compromiso fuese oficial. Así fue, ella me aseguraba que no había nadie más y conseguí creerlo, pero... —suspiró desviando la mirada de mí para concentrarse en algún lugar, como si el mismo viento estuviese susurrándole las palabras que tenía que ir diciendo porque a él se le hubiesen olvidado—. Llegó una colección de libros a casa. Todos los libros que ama. Pensé que sería un regalo de bodas atrasado o algo por el estilo. Sin embargo, tenía una carta de amor entre los tomos.

—¿Una carta de amor? —pregunté con un hilo de voz y él asintió.

—Era algo que no logro recordar bien, pero dejaba en claro que sus sentimientos parecían ser mutuos o, al menos, eso fue lo que yo entendí. —Con la frustración recorriéndole arrancó una pequeña rama de uno de los arbustos más cercanos—. Se la enseñé. Negó que supiese de qué se trataba o quién era quien se lo había enviado. Pero, ¿qué hecho así tan intenso como una carta de amor puede llegar a ser algo fortuito o una falta? No. No era una nota traspapelada o algo por el estilo. Estaba vuestro título y vuestro apellido. Se dirigían a ella porque sino te hubiesen mandado la colección a ti o a tu madre, ¿no?

Tragó con algo de dificultad antes de que me pensase bien si debía decirle lo que sabía. Conocía al autor de esa carta y también al comprador de libros. Mi marido era el culpable de todo eso, pero ¿podía acaso romper aún más el corazón de Sebastián al decirle que su propio amigo estaba enamorado de su mujer? No era capaz de presionarle tanto hasta que sus entrañas escapasen por su boca o quisiese poner fin a todo.

—¿Por eso has venido? ¿Para pensar?

—Vine para despejarme además de por los negocios y porque necesitaba saber qué era lo que tú pensabas de todo esto —concluyó volviendo a mirarme directamente—. ¿Crees que sea algo preocupante?

—No —dije rápidamente—. Es más. Quizá puedan aparecer más intentos conquistadores de corazones, pero de algo tienes que estar seguro y es que, no importa quién pueda estar detrás de la mujer que tú amas, Sebastián, porque ella está perdidamente enamorada de ti. Eso es lo único que debería importarte.

Frunció el gesto como si no le hubiesen gustado mucho mis palabras, pero no podía decirle algo diferente. ¿Qué pensaba que iba a contarle? Sabía quién era el hombre que estaba tras su esposa y también sabía que si mi hermana no se había dado cuenta de sus intenciones, la prevendría además de asegurarme que Mariano terminase con aquella locura de intento de conquista. ¿De qué servía todo lo que me había dicho en el barco sobre el amor verdadero si luego era el primero que mentía una y otra vez sobre lo mismo? No creía lo que decía. No había posibilidad de felicidad entre ambos y menos cuando ahora sabía mejor que antes que lo único que salían de sus labios eran mentiras una tras otra para intentar ser buena persona en discurso demostrando ser el más vil demonio manipulador.

El duqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora