Capítulo 7

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La mujer, a quién Kaelin ahora conocía como Leynai, se había ganado un lugar en la lista de personas que consideraba excesivamente molestas. Era insistente, irritante y demasiado entrometida para alguien con el carácter cerrado del Doncel.

—Dime, Kaelin— preguntó Leynai una mañana mientras todas las mujeres de la tribu iban hacia un lugar que desconocía. —¿Alguna vez has trabajado con acero?

—No directamente— admitió Kaelin con el ceño fruncido. —Me encargué de afilar espadas a veces.

—¿Tú gente usa espadas?

—La Legión de Avance lo hace.

—Oh, los espías— añadió Leynai con una sonrisa.

—Sí.

La Legión de Avance era conocida como la división más impresionante de todo el Reino. En opinión de Kaelin, sólo eran unos imbéciles arrogantes que se creían demasiado importantes solo por el hecho de infiltrarse en las tribus nómadas como unas malditas pulgas. Tan soberbios y autosuficientes como cualquier otro hombre que Kaelin hubiera conocido.

Trabajó con ellos como castigo por insubordinación cuando aún estaba estudiando en la academia. Sus armas, unas largas espadas del acero más fuertes, tendían a ensuciarse fácilmente debido a un exceso de  adhesión. Por ello, Kaelin había pasado horas y horas limpiando las hojas de aquellas espadas en un almacén sucio y abandonado.

Los detestaba.

—Por la expresión en tu rostro, asumo que no los quieres mucho— comentó Leynai con una sonrisa de lado.

—Son idiotas.

A eso, Leynai soltó una carcajada que atrajo la atención de todos los otros salvajes cercanos a ellos. Algunos incluso le lanzaron una mirada extrañada a la mujer, aunque ella los ignoró por completo.

Kaelin estaba a punto de sonreír, pero una presencia familiar borró cualquier rastro de felicidad que podría haber tenido. Apretó los puños y la mandíbula, respirando profundamente para calmarse antes de cometer algún error estúpido. Se dió la vuelta con lentitud hasta encontrar los ojos de la Bestia muy cerca de su rostro.

Con un ceño fruncido, Kaelin transmitió todo su odio hacia el hombre con solo una mirada.

Cuando vio que el salvaje abría la boca, Kaelin se dió la vuelta y se alejó del corpulento hombre murmurando maldiciones. Si veía al hombre por más tiempo, estaba seguro de que lo atacaría sin dudar.

No quería hacerlo, pues sabía que ganaría la batalla. Hacerlo frente a todos esos salvajes sería demasiado estúpido, por no decir un acto suicida.

Kaelin se las arregló para llegar al taller por su cuenta. Fue suficiente recordar las palabras de Leynai para saber que planeaba hacerlo trabajar las armas. Los salvajes tenían espadas y arcos primitivos, pero el acero que utilizaban no podía compararse con ningún otro.

De hecho, Kaelin estaba curioso por descubrir como creaban armas tan resistentes sin tecnología. Si lograba escapar de esa tribu en algún momento, podría usar tal conocimiento para beneficiar a su ejército.

Aunque era difícil pensar en algo que inevitablemente acabaría la vida de personas que ahora conocía. Leynai, la Bestia… ¿Podría hacer algo para matarlos sin sentir remordimiento?

Sacudiendo su cabeza para alejar pensamientos tan inútiles como aquellos, Kaelin regresó su atención a obedecer todas las instrucciones de Leynai cuidadosamente. Quería comprender a la perfección el arte de la herrería, uno que los salvajes aprovechaban al máximo.

La Bestia Y Su Doncel. (primera Parte Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora