Epílogo.

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Alev empezó a caminar después de dos años y medio. Su desarrollo era lento, tanto por su condición de doncel como por su peculiar anatomía reproductiva. A sus padres no podía importarles menos que su hijo fuera más lento o más pequeño que los demás, pero la tribu no estaba muy complacida con un descendiente que parecía débil desde su nacimiento. Aunque valoraban la familia, los salvajes instintivamente valoraban mucho más la fuerza. Alguien como Kaelin, que no era ni hombre ni mujer, pero tampoco un Doncel exacto, las expectativas era demasiado altas. Muchos pensaban que debía ser fuerte, mientras que otros insistían en que su naturaleza sería sumisa.

Kaelin iba sintiendo cada vez más los instintos maternales que jamás imaginó experimentar durante su juventud. Siempre sabía con exactitud qué hacer frente a los problemas que enfrentaba la crianza de un niño. Dormirlo era algo muy sencillo, pues Alev apenas luchaba con el cansancio. Venía fácilmente a él, contrario a los otros bebés que Kaelin conocía. Sí era difícil mantenerlo feliz cuando su ladre fallaba en conseguir esas deliciosas frutas rojas que crecían en el bosque. Desde que descubrieron el amor de su hijo por ellas, Kaelin y Khaler habían hecho su más importante deber encontrar esas frutas para Alev.

Debido a su limitado contacto con el resto de la tribu, Alev apenas conocía a los otros salvajes. Kaelin ni lo dejaba reunirse a jugar con otros niños de su edad porque temía que fueran a lastimarlo. Él y su compañero habían descubierto que Alev se lastimaba con mucha facilidad. Su piel era casi tan débil como la de cualquier otro Doncel, por lo que todo le dejaba una marca sin importar qué tan leve fuera. Incluso tenía moretones hechos por un leve roce contra las barras de su cuna, que eran de paja.

Kaelin adoraba a su hijo. Y pronto tendrían otro… si todo salía como Kaelin quería.

El Doncel quería otro hijo. No lo había hablado con Khaler todavía (aunque tampoco pensaba necesitar su permiso) pero tenía una idea bastante buena para quedar embarazado una vez más. Kaelin se estaba dando cuenta de que los instintos maternos de un Doncel eran mucho más fuertes de lo que alguna vez imaginó en sus más locos sueños. Por ahora estaba satisfecho gracias al cuidado de su hijo, sin embargo no podía soportar mucho tiempo sin la idea de otro bebé en sus brazos. Eran los dedos naturales de un Doncel.

Y sí, Kaelin sabía que ya tenía dos hijos. Enkirl era suyo de igual forma, no importaba que no tuvieran una relación consanguínea. El problemas residía en que Enkirl ya era un niño, y Kaelin no podía brindarle el mismo apoyo que requería un bebé. Lo que él necesitaba por sus instintos era un bebé recién nacido a quien pudiera amamantar, cuidar y malcriar. No estaba insatisfecho con Alev, solo eran sus instintos pidiéndole otro bebé.

Los Donceles generalmente no estaban calmados sino hasta el tercer hijo. Kaelin esperaba que con Enkirl su instinto se redujera, ya que contaría tres niños si tenía otro. No había manera de saberlo, en realidad. Porque los instintos de un Doncel podían ser o muy fuertes o muy débiles. No había líneas en medio.

Kaelin dejó su análisis de lado al preparar el jugo preferido de Alev, que contenía esos frutos rojos y una cantidad cuestionable de azúcar derretida. A su hijo le encantaba tal combinación, por alguna razón que Kaelin desconocía. Hasta dónde podía ver en el futuro, Alev era lo opuesto a su madre. Sus vidas serían similares en cierto modo, mas no serían idénticas. Alev era un niño tierno que no llegaría siquiera a lastimar a otro. Su alma era demasiado pura e inocente en comparación con su madre, quién era rudo en todos los sentidos.

Kaelin admiraba a su hijo por ser tan inocente. Pero temía por su vida. El mundo era cruel.

Tarareando la ya familiar canción de cuna que su hijo adoraba, Kaelin terminó de prepararle su jugo. Así fue alimentando a su bebé, poco a poco hasta conseguir que lo bebiera todo. De lo contrario pasaría toda la noche llorando.

Luego de ponerlo en su cuna, Kaelin se desnudó y vistió la ropa tan extraña que Leynai le había regalado para su cumpleaños días atrás. Su deseo de otro hijo era tan obvio que incluso Leynai se propuso a ayudarle. La ropa era diferente, y reveladora de un modo que el Kaelin de hace tres años habría maldecido internamente. Pero ahora quería seducir a Khaler lo suficiente para que se olvidara de los estúpidos medicamentos anticonceptivos que el curandero les entregaba cada mes. Esos medicamentos eran la razón por la que aún no había un segundo bebé en su vientre, a pesar de que él tenía meses deseando uno.

—¡Kaelin, estoy en casa!

Esa frase usualmente era seguida de un "¿Cómo está Alev?". Esa noche sin embargo, Khaler solo alcanzó a decir eso antes de ser abrumado por la imagen de su compañero vestido de tal forma. Se quitó la ropa lentamente, sin perder de vista al ruborizado Doncel. Seguramente había bebido algo para perder las inhibiciones, como tenía costumbre hacer siempre que era consciente de que iban a aparearse.

Khaler sonrió, negando con la cabeza tan pronto como Kaelin tropezó con sus propios pies. Estaba muy ebrio.

El salvaje suspiró con una expresión pesada. No podía satisfacer los deseos caprichosos de Kaelin mientras estaba ebrio, así que levantó a su adorable compañero y lo colocó en la cama. Mientras cubría su cuerpo con las mantas, Khaler sintió una mano delgada que le sujetaba la muñeca fuertemente.

Era Kaelin, mirándolo con los ojos llorosos.

—¿Por qué no me quieres?— se quejó el Doncel con amargura.

—Yo te quiero.

—¡Claro que no! ¡No quieres darme otro bebé!

Khaler estaba acostumbrado a esos reproches. Kaelin hacía lo mismo al menos una vez cada semana, pero nunca lo recordaba. Su manejo del alcohol era terrible, y hacía que soltara toda la información que pensaba a diario.

Y no era que el salvaje no quisiera darle un bebé, sino que Kaelin aún no estaba listo para ello. Sus instintos le decían que sí, que era capaz de cuidar a dos bebés sin problema, pero en realidad no lo era. Khaler podía ver qué Kaelin luchaba con cuidar de Alev a veces, mas no lo admitía. Tener otro bebé en esas circunstancias solo sería estresante.

—Kaelin, sí te quiero.

—¡Mentira!— chilló Kaelin con el rostro ruborizado. —¡Ya no me quieres! ¡No te acuestas conmigo y no me das otro bebé!

Khaler suspiró exasperado. Tenían esa discusión todo el tiempo, y solo él lo recordaba.

—Kaelin, te daré un bebé en tu próximo celo— prometió.

El Doncel ya se había dormido. Khaler suspiró, cansado de ver a Kaelin deprimido por la falta de bebés. Tarde o temprano terminaría cediendo a los deseos de su compañero, pero no quería que Kaelin estuviera consumido por cuidar a los bebés. Amaría a cualquier hijo suyo. Sin embargo, no podría soportar ver a Kaelin agotado por cuidar de ellos.

La vida siguió su curso poco después. Khaler sí terminó cumpliendo el deseo de Kaelin, dejándolo embarazado a casi dos años del nacimiento de Alev. Ese hijo fue llamado Lucker. El que vino después, varios años luego, fue llamado Hareyn.

Kaelin finalmente era feliz.

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Habrá una segunda parte. Avisaré por aquí cuando la suba. Hasta pronto, muchas gracias por leer éste invento de mi imaginación. Nunca creí que llegaría tan lejos pero de verdad me alegró leer cada uno de sus comentarios. Una pequeña parte de mí se quedará aquí, con Kaelin y Bestia.

La Bestia Y Su Doncel. (primera Parte Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora