Capítulo 4.

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La única razón por la que Kaelin despertó fueron los gruñidos del salvaje que dormía junto a él. Por un breve instante de confusión somnolienta, se preguntó por qué se sentía tan pegajoso de la cadera para abajo. Luego, los recuerdos de lo que sucedió la noche anterior lo invadieron con fuerza suficiente para provocarle una jaqueca inmediata. Pronto, la ira asesina que había desapareció durante su celo regresó, y su único objetivo era el salvaje a su lado.

Tan sólo en cinco segundos, ya había visualizado más de cincuenta maneras de asesinar a ese salvaje. Cada una era más sangrienta que la otra, pero todas incluían humillarlo tanto como él había humillado a Kaelin.

Intentó levantarse, pero el salvaje lo tenía sujeto se la cintura con un agarre demasiado fuerte para su aún débil cuerpo. El celo lo ponía en un estado constante de cansancio y agotamiento que sólo podía ser combatido con píldoras supresoras, de las cuales no tenía ni una minúscula esperanza de obtener. Cuánto habría hecho por tener al menos una docena de píldoras.

Esperó unos segundos, e intentó moverse otra vez, sólo para ser detenido del mismo modo. Fue su turno de soltar un gruñido rabioso.

Le tomó seis intentos más poder liberarse del terco salvaje que se negaba a dejarlo ir. Cuando finalmente logró escapar del fuerte agarre, bufó y recorrió la habitación en busca de algo, cualquier cosa que lo ayudara a cometer un asesinato improvisado.

Nada. No había ni un solo objeto filoso en toda la habitación. Uno pensaría que el salvaje se aseguró de colocarlo en una situación desventajosa. Sólo por eso, Kaelin se enojó tanto que sus pensamientos empezaron a tornarse más y más agresivos.

Su deseo de asesinar al salvaje que lo había tocado la noche anterior crecía con cada segundo que observaba su peculiarmente atractivo rostro. También notó por qué su cuerpo había respondido tan fuerte a la estimulación que venía de ese hombre. Era el prototipo perfecto de macho alfa que los instintos de un Doncel buscaban.

¡Maldita anatomía de Doncel!

Kaelin respiró hondo una vez. Después, hizo un segundo análisis de la habitación. Ésta vez encontró un arma improbable. La ventana.

A diferencia de las ventanas que veía en el Reino, ésta no tenía un marco de metal o una serie de líneas metálicas. No, sólo era un gran trozo de vidrio encajado en la pared. Eso podía usarlo a su favor.

Se movió con lentitud, deslizándose con la mayor delicadeza que pudo para no llamar la atención de la persona que dormía a su lado. Tuvo un escalofrío al escuchar otro gruñido, pero siguió su camino hasta llegar a la ventana. Allí, giró la cabeza y se relajó al ver que el salvaje aún no despertaba.

El siguiente paso de su plan era mucho más arriesgado que el anterior. Tenía que romper la ventana, tomar un pedazo de cristal y apuñalar al salvaje antes de que tuviera tiempo para defenderse. Podía hacerlo. Era bastante rápido. Sin embargo, su celo podría atacar en cualquier minuto y dejarlo expuesto.

Se movió rápido. De un codazo rompió la ventana en pedazos, y tomó el primer trozo de cristal que alcanzó su mano, cortándose en medio del proceso. Maldijo en voz baja, pero continuó su aproximación hacia el salvaje dormido.

Al intentar apuñalarlo, su mano fue detenido a escasos centímetros de la yugular del salvaje. La mano del salvaje se enrolló alrededor de su muñeca, deteniendo todo movimiento.

El gruñido que salió de los labios se Kaelin fue tan agresivo que incluso él mismo se sorprendió de su capacidad para sonar tan animal. El salvaje, por otro lado, no parecía sorprendido en lo más mínimo.

-Suéltame.

Como respuesta, el salvaje le gruñó. Hasta Kaelin supo que aquello era una negativa.

La Bestia Y Su Doncel. (primera Parte Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora