Capítulo 3.

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Kaelin no lo pensó mucho. Empezó a forcejear contra el salvaje, golpeando su espalda y lanzando gritos para que lo soltara de una vez. De haber tenido su cuchillo, no habría dudado en apuñalar a ese estúpido salvaje.

—¡Suéltame!— chilló, sacudiéndose lo más que pudo— ¡Suéltame, maldito salvaje descerebrado! ¡Te mataré!

Sus amenazas eran vacías, meros intentos de rebelarse contra el hombre que lo llevaba cargado como si fuera una bolsa. Su desprecio por el salvaje sólo crecía a minuto, al igual que el inmenso dolor en todo su cuerpo. Empezaba a sentir el líquido deslizándose por sus muslos, señal de que estaba llegando a la cima de su celo.

Por la ropa que utilizaba, sabía muy bien que todos podían ver más piel de lo que alguna vez se sentiría cómodo en mostrar. También podía percibir la semi erección que comenzaba a formarse, resultado de la presencia de un hombre que su cuerpo consideraba una posible pareja.

Qué despreciable era ser un doncel. A Kaelin no le molestaría tanto si no fuera por lo necesitado que se ponía su cuerpo. Era, por decir poco, demasiado humillante.

Kaelin continuó resistiéndose hasta que sintió un golpe sobre su trasero que lo silenció. Su mente hervía con pensamientos indignados. ¿Cómo se atrevía ese salvaje a tocarlo sin consentimiento? No, Kaelin no dejaría que un descerebrado así lo tratara vulgarmente. No era un prostituto, no tenía por qué dejarse manosear por alguien a quién, siendo sinceros, ni siquiera tenía interés en conocer.

Unos segundos después volvió a patalear desde su posición comprometedora. En esos breves minutos maldijo a sus diminutas extremidades más de lo que había hecho en toda su vida.

—¡Suéltame ahora mismo, imbécil!

Haciendo caso omiso de sus chillidos molestos, el salvaje llevó a Kaelin hacia lo que parecía ser una casa grande de dos pisos. A diferencia de muchas otras casas en aquel lugar, la que el salvaje eligió fue una bastante modernizada. Tenía paredes de material sólido y puertas de madera concretas, en lugar de las comunes casas de madera que llenaban los poblados fuera del muro.

Kaelin se detuvo un instante, analizando en su mente la dirección que estaba tomando esa situación. Si lo pensaba bien, era preocupante ver que el salvaje aparentaba estar cargándolo hacia una habitación en el piso superior. Sólo con pensar en lo que la Bestia podría hacerle a puertas cerradas hizo que duplicara sus esfuerzos por liberarse del agarre.

Tan frágil como era, y añadiendo el peso de su celo, no pudo hacer mucho en contra del fuerte y musculoso hombre decidido a sostenerlo. Empezó a sentir el casi desconocido pánico, que llegó tan pronto como visualizó el interior de una habitación. La cama en el centro de ésta fue suficiente para hacer que su sangre se enfriara de terror.

El miedo lo volvió mudo. Todos sus intentos de hablar resultaron fallidos en cuanto abría la boca. Tantas cosas pasaban por su mente a la vez que era imposible concentrarse en una.

Kaelin apenas fue capas de registrar lo que sucedía antes de ser lanzado agresivamente sobre una cama. Trató de incorporarse, a lo cual fue interrumpido por un grave gruñido proveniente del salvaje. Lo ignoró, y terminó de sentarse. En pocos segundos fue empujado sobre su espalda de nuevo.

Allí, empezó a sentirse vulnerable por primera vez en un largo tiempo. Estaba acostado, con lubricante goteando de sus muslos y una vestimenta que dejaba poco a la imaginación. Todo frente a los ojos de un salvaje conocido por tomar a los donceles cuando le placia. Su cuerpo tembló. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos claros, y tuvo que contenerse para no soltar un sollozo aterrorizado. Tenía miedo. Sí. Más de lo que alguna vez había estado.

La Bestia Y Su Doncel. (primera Parte Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora