Capítulo 18

1.7K 204 18
                                    

Kaelin era terco y obstinado. No se rendía ni planeaba admitir que se había equivocado al echar a Bestia de su tienda por algo tan simple como una discusión tonta. Sabía que estaba mal, pero decirlo en voz alta era algo que le causaba jaqueca con solo pensarlo. No quería disculparse.

A pesar de su ferviente reticencia a admitir que estaba equivocado, Kaelin empezó a sentirse deprimido luego de que el salvaje no lo visitó por más de una semana. Ni siquiera era consciente de lo mucho que le gustaba la presencia del salvaje, hasta que no pudo verlo más. En serio le irritaba pensar que sus emociones dependían tanto de alguien ajeno a él mismo. ¿Desde cuándo era un tonto niño que sentía cariño hacia alguien más? No, su maestro le enseñó a cuidarse a sí mismo y no depender de otras personas.

Su creciente malhumor alejaba a todos los que intentaban acercarse. Mayormente era Leynai, intentando que saliera de su tienda y buscara al salvaje. Él no quería hacerlo, aunque su amiga insistía en que aquello sería lo mejor. Sin importar cuánto le rogara, el Doncel estaba firme en su decisión de no disculparse por algo que sabía estaba mal. No había límites para su terquedad.

La herida de su mano sanó en pocos días, gracias al ungüento que el curandero le había dado cuando se cortó. Ya no dolía, solo quedaba una cicatriz larga que abarcaba la palma de su mano. La herida en si no le molestaba. Estaba en molesto porque durante todos esos días Bestia no lo visitó ni una sola vez. Incluso se alejaba cuando Kaelin estaba caminando por la tribu. Parecía estar evitandolo, lo cuál sólo le provocaba más ira al Doncel. No podía soportar que el salvaje lo ignorara así.

Kaelin cerró el puño de su mano, ignorando el ardor poco intenso que venía de su mano con aquel gesto tan brusco. Apenas cerró la mano pudo sentir su piel tensa contraerse de un modo doloroso, mas no era nada comparado con la sensación de irritación que se instaló en su pecho desde que dejó de ver al salvaje. Le molestaba mucho, mucho más de lo que alguna vez estaría dispuesto a admitir. Estaba demasiado furioso, y no encontraba la manera de expresarlo sin parecer un idiota sensible.

Leynai soportó su amargura exactamente cinco días, antes de decirle todo lo que pensaba al imperturbable Doncel.

—¡Por todos los dioses, Kaelin! ¡Ve a disculparte con el líder ahora! ¡Los dos se ven miserables!— soltó la mujer en el taller, llamando la atención de todos los que trabajaban allí.

Kaelin le dedicó una mirada vacía de emociones, chasqueando la lengua con fastidio.

—A mí no me importa Bestia.

—¿Por qué luces tan deprimido entonces?— preguntó una altanera Leynai.

—No estoy deprimido— declaró Kaelin entre dientes. —Solo déjame en paz.

—Di la verdad, Doncel obstinado. Estás triste porque Bestia no te ha hablado.

Kaelin se negó a responder, aunque en el fondo sabía que su amigo tenía bastante razón. No había ninguna manera de negar lo que le sucedía, estaba claro como el agua en la expresión de ya rostro.

El Doncel se las arregló para evitar las inquisiciones de su amigo mientras trabajaba, alejándose de ella tan pronto como veía que se acercaba para preguntarle algo. Se concentró en hacer su trabajo y no pensar en nada más, lo que venía haciendo desde hacía días. Cualquier cosa era mejor que sentarse a llorar por que un salvaje imbécil que no había hablado con el en muchos días.

Fue distraído de su trabajo cuando oyó unos gritos viniendo de la entrada del campamento. La curiosidad se asomó por su mente de manera breve, pero decidió ignorarla y seguir enfocado en su trabajo. No fue hasta que oyó las palabras de los guerreros que prestó total atención a los murmuros de las personas a su alrededor.

La Bestia Y Su Doncel. (primera Parte Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora