Prefacio

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La noche que la reina Dasyra Thorne entró en trabajo de parto, el castillo fue azotado por la peor tormenta de nieve de las últimas décadas. Las contracciones se prolongaron durante horas, hasta que cayó la noche y la intensidad de la tempestad aumentó hasta el punto más álgido.

Tanto nobles como plebeyos entendían cuál era el significado detrás de aquel momento crucial. Si el bebé sobrevivía a las condiciones climáticas y desafiaba el invierno, entonces no tendría nada que temer en el mundo. Pero si moría sin poder dar su primer aliento, entonces no era el niño que el reino de Valoria necesitaba.

Cuando el heredero nació, el cielo le dio la bienvenida con una lluvia de estrellas. La partera que sostenía el bebé en sus brazos intercambió incómodas miradas con sus ayudantes, mientras el fuego crepitaba en la chimenea. Abriendo lentamente los ojos, la reina se incorporó en la cama; débil y sin energía, alzando la cabeza para intentar ver a su hijo. La criatura estaba envuelta en pieles de animal, totalmente limpio.

―¿Por qué no llora?― Preguntó la reina, su cuerpo temblando y sudando―

―Alteza, el bebé ha nacido muerto― Informó la partera, lamentándose―

―Imposible―Susurró la reina, sentándose y observando los ojos de la matrona―

―Es una niña― Dijo la partera, lágrimas deslizándose por sus arrugadas mejillas―

―Entrégamela― Ordenó la reina, reprimiendo las lágrimas―

La partera se acercó, colocando con sumo cuidado el cuerpo de la niña recién nacida entre los brazos de su madre. La mujer recibió a su hija con amor y delicadeza, aunque manteniendo el rostro frío y duro como el hielo. Una brisa entró por la ventana abierta, ventilando el aire de la habitación sofocada.

―Se ve tan perfecta y saludable... es como si estuviera dormida― Comentó la partera, sollozando―

―Creí que ahora sería diferente, que por fin podríamos ser una familia feliz... pero fallé otra vez– Reflexionó la reina, sumergida en sus pensamientos mientras observaba el rostro del bebé―

―Alteza, no diga esas cosas, por favor― Murmuró la partera, esbozando una mueca de tristeza―

―Quiero estar sola― Ordenó la reina, su tono era implacable―

―Alteza, debería descansar, ha perdido demasiado sangre― Susurró una ayudante, mirando a la reina y tratando de no temblar de miedo―

―Estoy bien― Aseguró la reina, asintiendo con la cabeza―

La partera y sus ayudantes tomaron las fuentes con agua, los trapos mojados y las sábanas ensangrentadas, llevándoselo todo. Cuando la reina estuvo completamente sola, un llanto desconsolado subió por su garganta mientras acercaba el cuerpo inerte de la niña a su pecho. Este era el primer bebé que lograba dar a luz con éxito, pero el tercero que perdía en tres años de matrimonio.

El reino necesitaba un heredero que se convirtiera en rey cuando su esposo muriera, mientras que ellos anhelaban un hijo para llenar el vacío en sus vidas. Como pareja estaban bien, jamás habían tenido problemas en su relación, pero después de tanto tiempo ambos querían un niño para amar y cuidar.

Sin embargo, no importaba todas las medicinas que los reyes ingirieran o los sacerdotes que visitaran pidiendo bendecir su fertilidad, no podían engendrar un bebé sano. Luego de las sucesivas pérdidas, la tristeza y la frustración se fue apoderando de ellos, causando tensiones y asperezas que antes no existían en su matrimonio.

El rey Syrion entró en la habitación con la capa ondeando tras él, contemplando a su esposa tendida en el lecho con el bebé en los brazos. Se acercó a ella, sentándose a su lado y colocó una mano en su hombro, tratando de reconfortarla como mejor podía. Lo cierto es que no existían palabras suficientes en el universo para ofrecerle consuelo.

Corazón EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora