Capítulo 44

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Permanecimos dos semanas en el palacio de Cretia y aunque era un lugar idílico, repleto de flores, árboles y naturaleza con una primavera perpetua, estaba muriéndome del aburrimiento. Pasar cada día en compañía del emperador y sin compartir con nadie más, era una tortura que me estaba matando lentamente por dentro.

Por supuesto, era una experta fingiendo que todo iba excelente y que la verdad no me interesaba regresar a la ciudad, cuando en realidad eso era lo único en lo que podía pensar. No es que prefiera las intrigas de la Corte de Huesos y Cenizas, pero al menos eso le añadía cierto entretenimiento a mi vida. No tenía autorización para salir de la fortaleza, pero sí podía ver por la ventana hacia Basilea e imaginar que me perdía en las calles.

Anhelaba tener noticias de Aren, Ürsa, Andras, Carvis, Sigma o cualquier persona.

Me hubiera gustado explorar los alrededores del palacio y la catarata, pero Daemon tampoco me lo permitía, ni siquiera con una escolta armada vigilándome. Para empeorar las cosas, extrañaba tanto a Draconis que pensé que me volvería loca. Era demasiado peligroso tenerlo en la ciudad, por eso tuve que dejar mi dolor de lado y enviarlo lejos a otros territorios inhóspitos del imperio donde no aterrorizara a la población.

Me sentía como una prisionera, aislada del resto del mundo.

Mientras desayunaba en una de las terrazas exteriores, apareció una sirvienta que trabajaba en el palacio de verano durante todo el año. No parecía humana, suponía que era un hada por lo guapa que era. Su cabello era castaño oscuro y tenía los ojos de un azul intenso. Busqué las alas, pero era obvio que las tenía ocultas si es que aún las conservaba. La chica se inclinó a mi lado para rellenarme la copa de agua.

—¿Cómo se encuentra hoy mi señora?—Preguntó la sirvienta—

—Estupendo, solo un poco aburrida, me gustaría caminar por tierra firme—Respondí, sonriéndole—

—¿Ha pensado en explorar el río? Las leyendas cuentan que en estas aguas hay sirenas—Comentó, bajando la voz—

—¿Sirenas? ¿Lo dices en serio?—Inquirí, incrédula—

—Yo no he tenido la suerte, pero hay gente que afirma haberlas visto con claridad—Indicó, ligeramente avergonzada—

—¿Son peligrosas?—Interrogué, tornándome seria—

—Por lo que sabemos sobre ellas, no; pero como cualquier criatura mágica, siempre se recomienda tener cuidado—Explicó, encogiéndose de hombros—

La sirvienta realizó una reverencia con una sonrisa cómplice y se dirigió a la cocina. Escaneé la estancia y no divisé a ningún guardia. Cerré el libro que tenía encima de la mesa y me levanté. Traía puesto un vestido delgado y vaporoso de color blanco. Mi cabello caía suelto por mi espalda y mis pies estaban descalzos. Sin hacer ruido al caminar, bajé las escaleras de la terraza y me adentré en el puente que atravesaba el palacio.

 Sin hacer ruido al caminar, bajé las escaleras de la terraza y me adentré en el puente que atravesaba el palacio

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