Mi rutina diaria siempre seguía un riguroso itinerario, establecido con anticipación por los asistentes de la reina y acorde a mis actividades. En general, no solían producirse cambios de último minuto, mis días estaban estructurados con mucho cuidado a fin de no perder el tiempo. Mi apretado horario como princesa se dividía entre innumerables tardes de té, almuerzos en los jardines, desfiles militares y bailes con la nobleza todas las noches.
Cuando era pequeña me ilusionaba convertirme en adulta para participar en ese hermoso espectáculo repleto de joyas, risas y diversión; pero después de tantos años ese estilo de vida me aburrió. Si dependiera de mí, prefería ocupar mi valioso tiempo observando los debates y decisiones del Consejo Real.
Quería ser de utilidad al reino, por lo tanto, aprovechaba cada ocasión para ver a mi madre trabajar. Incluso llegué a añorar mis lecciones diarias en la sala privada de la reina. No obstante, tampoco me engañaba, la mayoría de las cosas no podían enseñarse, sino que se aprendían sobre la marcha. Lo único que podía hacer por el momento era prestar atención y recolectar información para ganar experiencia.
Por desgracia, no siempre podía colaborar en los asuntos oficiales del reino porque debía ocuparme de mis deberes de princesa. Eso incluía todas las actividades tediosas a las que mi madre en su calidad de regente no podía asistir. En general eran eventos y celebraciones superficiales, pero no podíamos faltar. Una de las dos tenía que aparecer en nombre de la realeza, porque eso también era parte de nuestro trabajo.
Estaba segura de que si hubiera contado con un amigo leal que me acompañara y me hiciera reír, esas obligaciones no me resultarían tan tediosas. No es que no hubiera tenido la oportunidad de conocer a otros niños de mi edad, el castillo estaba repleto por los hijos de los consejeros reales y de los nobles que vivían en la corte.
El problema es que mi infancia con ellos fue difícil, me hicieron la vida imposible siempre que pudieron. Se unían en grupos para hacerme bromas crueles, cantar canciones pegadizas sobre mis poderes de bruja y en ocasiones darme palizas.
En una ocasión, me golpearon tan fuerte que desde entonces mi madre me obligó a tener una escolta de soldados permanente. Lo cual era ridículo porque debían protegerme en mi propio castillo. Esta medida no resolvió el conflicto, pero fingimos que sí para ocuparnos de otros temas.
Por esa razón, mi único amigo era Armant, el anciano bibliotecario.
Se trataba de un hombre de frondosa barba blanca, espalda encorvada y piel tan arrugada como las páginas de los pergaminos que resguardaba. Prácticamente vivía en la biblioteca real, jamás salía excepto en situaciones especiales. Rehuía el contacto humano todo lo posible y se retiraba a las estanterías donde se sentía acogido.
No fue mi maestro ni mi tutor, pero yo lo elegí para aprender de primera fuente las enseñanzas importantes. Todas aquellas materias consideradas prohibidas en las que nadie se atrevía a educarme. Debido a que mis abuelos estaban muertos y a falta de una figura paterna a mi alrededor, sentía que Armant cumplía ese rol con su sabiduría.
En mi opinión, Armant debía superar los noventa años y por eso no dejaba de sorprenderme que siguiera trabajando a su edad. Por supuesto, cada vez más necesitaba mi ayuda, como cargar los pesados tomos hasta su mesa de estudio o bajar de los estantes altos un pergamino que requería consultar. No me molestaba hacerlo, disfrutaba pasar mi tiempo con él incluso si no decíamos ni una palabra.
Armant era una de las pocas personas que no me juzgaban por mi aspecto. Sonaba un poco patético que un anciano de casi un siglo fuera mi único amigo en el mundo, pero no me avergonzaba. A pesar de ser un ermitaño consagrado, Armant tenía un espíritu bastante jovial. Le preocupaba el hecho de que siendo una princesa, no tuviera a nadie en quien confiar. Por lo tanto, siempre intentaba que conociera a otras personas de mi edad.
ESTÁS LEYENDO
Corazón Etéreo
Fantasy¿Los monstruos nacen o son creados? A todos los niños les han leído el mismo cuento antes de ir a dormir. En tierras lejanas, caballeros de brillante armadura y princesas de corazones nobles se enfrentan al villano, derrotan el mal y viven felices p...