Capítulo 3

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Las siguientes semanas no sucedió nada importante digno de comentar, mi rutina se limitaba a aprender el oficio de gobernante y explorar el alcance de mi magia. Lo único que había notado era el comportamiento extraño de mi madre, poco a poco había cambiado. En cuestión de días, pasó de ser una mujer alegre y fuerte a una reina callada e irritable.

Cuando hablaba conmigo, casi no me miraba a los ojos y se mostraba distante, evitaba tocarme el cabello o acariciar mi mejilla y sus respuestas eran cortantes. Rechazaba todas mis invitaciones y sólo toleraba mi compañía en asuntos oficiales o ligados a la nación.

Intenté hablar con ella y preguntarle cuál era el problema, pero cada vez que me acerqué a ella, me ignoró sin darme explicaciones. Incluso llegó al extremo de inventar excusas para no verme, algo que me preocupó más que cualquier cosa. Tal vez estaba pasando por una época de gran presión, en ese caso lo mejor era no molestarla. Si no me contaba la razón de su malhumor, es porque no estaba preparada.

La reina me tuvo tan ocupada con mis obligaciones que no tuve tiempo de visitar a Armant. Como consecuencia, también yo estaba más tensa de lo normal. El solo hecho de estar en la biblioteca me aliviaba, era mi válvula de escape que me permitía reiniciar mi cerebro.

Cuando era pequeña y los otros niños me molestaban, me escondía entre los libros para que no me encontraran. Nadie entraba nunca en ese sector del castillo, incluso algunos nobles temían adentrarse en los dominios del viejo bibliotecario.

Desde entonces, aprendí que podía refugiarme en ellos siempre que lo necesitara.

Uno de esos días, mi madre me ordenó que me vistiera con mi mejor atuendo y me colocara todas mis joyas de la corona. Cuando le pregunté para qué, ella sólo respondió que había encomendado al retratista real un cuadro nuevo con mi imagen.

La idea no me entusiasmó en absoluto, significaba que iba a pasar largas horas de mi tiempo posando en la misma postura para que el pintor pudiera capturar mi esencia. Como si no tuviera mejores cosas que hacer. Ojalá hubiera podido negarme, pero si la reina en persona lo había encargado, tendría que obedecer.

***

Unos días después, mi madre me citó en la sala del trono, entregándole instrucciones precisas a las sirvientas para que me vistieran acorde a la ocasión. Lo que en realidad significaba, era que debía colocarme todas mis joyas de la corona. No me habían informado de que recibiríamos visitas oficiales, por lo tanto, me costaba entender por qué era necesario tanto espectáculo.

De todas formas, me presenté en la sala del trono luciendo uno de mis mejores vestidos. Mi madre estaba en el trono que originalmente ocupaba el rey, se trataba de una pieza de madera tallada a mano, situado en el centro de la tarima elevada. El suyo fue retirado cuando asumió el lugar de mi padre y desde entonces estaba almacenado. Mientras tanto, el que me correspondía a mí estaba justo a su lado, pequeño, pero igual de hermoso.

Nos saludamos con una inclinación de cabeza.

―¿De qué se trata todo esto?—Pregunté, curiosa y alerta—

―Siéntate—Indicó, cortante y fría—

El humor de la reina seguía igual de nefasto que siempre, al menos podía felicitarla por su constancia. Me senté en mi trono, cruzando las piernas y enderezando la espalda en una postura digna de mi posición. Mi institutriz, la señorita Gillis estaría orgullosa, actuaba tal como me enseñaba en las lecciones de etiqueta y modales.

Unos segundos después, anunciaron el nombre de un emisario y las puertas de la sala del trono se abrieron. Un grupo variado de hombres se plantó frente a nosotras, realizando una reverencia. Según pude reconocer por el emblema en la armadura de sus soldados, venían en representación del reino Indis, vecinos con los que compartíamos la frontera.

Corazón EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora