Para el rey, aquella semana fueron como unas pequeñas vacaciones. Por desgracia, yo no me había salvado de mis responsabilidades. Tenía que seguir atendiendo a las lecciones con mi institutriz, asistir a las clases privadas con mi madre, observar las reuniones periódicas del Consejo Real, visitar a mis amigos en la biblioteca y presentarme a los eventos que organizaban los nobles.
El poco tiempo que me quedaba libre lo dedicaba a estar con Caesar, aunque cuando estaba con él me arrepentía y prefería torturarme con mis deberes de princesa. Es cierto que era muy encantador, pero realmente podía ser exasperante con sus bromas. Cuando no estaba molestándome, era agradable conversar e intercambiar impresiones de cómo era estar al mando de toda una nación.
Había pocas personas en el mundo que comprendieran lo que sentíamos al llevar tal carga sobre los hombros, prácticamente desde nuestro nacimiento. Por eso, era un alivio poder compartir nuestras inquietudes con alguien. Poco a poco aprendía más sobre él, conocía la historia de su pasado y sus pasatiempos favoritos.
Entre tanto, mi escolta no había descubierto nada escandaloso sobre él. Esto me motivó a acercarme y empezar a confiar. A medida que pasaban los días, me convencía de que Caesar no sería un mal esposo y padre. En comparación a otros prospectos que he conocido en mi vida, él casi rozaba la perfección.
Ya había sentido atracción leyendo sus cartas, pero estar juntos era diferente. Podía escuchar las variaciones en su tono de voz, sentir el calor que transmitía su piel y reconocer sus sentimientos viendo sus ojos verdes.
Le cuestión era si podía imaginar cómo sería nuestra vida en común, una vez que estuviéramos casados, oficialmente marido y mujer. Al principio me costaba visualizar esa escena en mi mente, pero mientras más nos conocíamos, me resultaba sencillo colocar a Caesar en cada rincón de mi existencia.
Físicamente hacíamos buena pareja, psicológicamente pensábamos parecido y emocionalmente, nos complementábamos. Cuando podía darse ese lujo, Caesar se distanciaba de los estrictos protocolos de la realeza y actuaba como el hombre de veintidós años que era. Le gustaba poder escapar de su faceta de rey, aunque fuera unos momentos.
Algunos dirían que sólo cambiaba su forma de comportarse, pero él literalmente se quitaba la corona que llevaba siempre en la cabeza. En esos instantes, parecía un joven tan normal como cualquier otro. Cuando eso ocurría, yo tenía que tomarla entre mis manos y cuidar que no fuera a perderla o desaparecer.
Su personalidad relajada e impulsiva me ponía los nervios de punta, jamás sabía lo que haría a continuación y eso me estresaba. De cierta forma, prefería tener el control de lo que me rodea, pero eso lo aprendí conociendo a Caesar. Antes no me había dado cuenta de que era así. No obstante, su actitud infantil, aunque me fastidiaba, también me ayudaba a recordar que yo era demasiado joven como para ser tan rígida.
Imaginé que así es como debía sentirse tener un amigo.
La segunda noche de su estancia, estaba preparándome para dormir cuando mi madre entró en mi habitación con su camisón. Se colocó detrás de mí en el espejo del tocador y empezó a cepillar mi largo cabello como cuando era niña. Hace años que no hacía esto, en general sólo se comportaba así en raras ocasiones. Conociéndola, es posible que quisiera hablar conmigo sobre algún tema en particular.
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Corazón Etéreo
Fantasy¿Los monstruos nacen o son creados? A todos los niños les han leído el mismo cuento antes de ir a dormir. En tierras lejanas, caballeros de brillante armadura y princesas de corazones nobles se enfrentan al villano, derrotan el mal y viven felices p...