Capítulo 11

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Desperté con la arena de la orilla raspando mi mejilla. Me incorporé con la mirada desenfocada. No sabía dónde estaba, el entorno era muy oscuro y el dolor recorría mi cuerpo en ráfagas de arriba abajo. Debido al frío, no podía distinguir si tenía un hueso roto, pero decidí aprovechar aquel entumecimiento general para ponerme de pie.

Estaba empapada, mi vestido mojado pesaba el doble que antes y el roce en las axilas y entre las piernas era incómodo. Mi cabello no tenía forma, caía por mi espalda en una maraña enredada que goteaba. Aun así, no había perdido mi diadema en el agua. Me abracé a mí misma, mis dientes castañeteaban mientras me obligaba a dar un paso adelante y luego otro.

No podía quedarme quieta, si lo hacía moriría de hipotermia

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No podía quedarme quieta, si lo hacía moriría de hipotermia. Tenía que moverme, porque eso producía calor y era lo que más necesitaba. Descubrí que no caí en el mar como pensé, sino que en un lago enorme de kilómetros a la redonda. Estaba congelado con una delgada capa de hielo, excepto por el agujero donde me estrellé en el agua.

Me adentré en el bosque espeso cubierto de nieve, tropezando con las ramas bajas del suelo. Pronto dejé de sentir los pies, ya que estos se hundían en la nieve hasta el fondo. Estaba tiritando de frío, mi aliento escapaba de mi boca en una nube. Podía imaginar cómo mis labios se tornaban morados y azules.

A pesar de que caminaba sin pausas, sentía que no avanzaba. El terreno era difícil y mi vestido de boda complicaba el asunto al enredarse con la maleza. No había visto señales de vida desde que aparecí en este lugar inhóspito, aunque era evidente que había animales rondando. Mi esperanza era encontrar una cabaña en el bosque donde pedir ayuda, pero si no, me conformaba con un cobertizo o un granero donde pasar la noche.

El agujero que me trajo aquí debía haber sido creado con magia, porque de lo contrario, no puedo comprender cómo me sacaron de mi boda en contra de mi voluntad. Mientras caía, veía mi mundo como si fuera una ventana, hasta que la ventana se cerró. La única explicación posible es que aterricé en otro mundo, al que llegué por medio de un portal.

Debía ser cuidadosa, como desconocía la clase de mundo donde me encontraba, era imposible saber cómo me recibirían los habitantes de este lugar. Antes de considerar pedir ayuda, tenía que ver a quiénes me estaba enfrentando y si podía confiar en ellos. El miedo se extendió por mi cuerpo, pero seguí adelante.

Después de lo que me parecieron horas, me apoyé contra un tronco y resbalé hasta sentarme en la nieve. Mis piernas ya no podían sostenerme, estaba exhausta. Levanté la mirada hacia el cielo, tratando de calcular cuándo amanecería, pero era imposible saberlo. Todavía era noche cerrada. Descansaría un poco y luego reanudaría el camino. Pegué las rodillas al pecho y escondí la cabeza entre ellas, un esfuerzo ridículo por refugiarme en mi propio calor.

Quería dormir, aunque fuera media hora, pero era peligroso no vigilar mi entorno. Estaba desprotegida y no tenía ningún arma encima con que defenderme. Debía estar alerta por si alguien se acercaba. No quería siquiera imaginar qué haría si un animal carnívoro captaba mi rastro. Abrí los ojos, estirándome en la nieve para tomar un pedazo de madera y me abracé a él como si mi vida dependiera de ello.

Corazón EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora