Capítulo 31

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Apenas había pasado una semana desde mi llegada a la fortaleza, pero ya podía argumentar con toda seguridad que los miembros de la Corte de Huesos y Cenizas son unos bastardos; arrogantes, superficiales y absurdamente crueles. Solo conozco a algunos porque no hemos sido presentados en un evento oficial, pero no han perdido el tiempo. Me han jugado varias bufonadas dignas de adolescentes aburridos.

Por suerte tengo experiencia con este tipo de trato, pero debo admitir que las bromas pesadas de los aristócratas de Valoria no se pueden comparar con las de los Vrag. Es por esa razón que entre mi ropa siempre llevo una daga de tamaño importante.

Sabía exactamente cómo utilizarla y ellos también estaban al tanto de eso, pero si iban a atacarme, no lo harían con armas. Recurrirían a la magia, para qué mancharse las manos con mi sangre humana inferior. No lograría matarlos con una daga, pero al menos los asustaría lo bastante para que lo pensaran dos veces antes de meterse conmigo.

Por esos días el emperador me trasladó de cuarto, cambié el aposento sin ventanas por una habitación apropiada para una reina. Si bien contaba con un espacioso balcón de puertas dobles y distintas estancias, como una pequeña biblioteca, estudio y baño privado, seguía siendo una hermosa jaula de oro repleta de comodidades.

Una noche cuando entré a mi habitación luego de cenar, descubrí en el centro de mi cama una cabeza de toro. Las sábanas eran un desastre sangriento, los tendones y el hueso de la columna desparramados por el edredón de seda.

Era una visión horripilante, digna de un ritual pagano y me resultó muy difícil no sentir escalofríos. Pero en lugar de enloquecer como ellos querían, mandé llamar a las sirvientas para que limpiaran el desastre con una calma fría y metódica. Estaba acostumbrada a que me odiaran, por eso aprendí a ser práctica.

Pero en mi fuero interno estaba furiosa, no conocía a nadie en esa fortaleza excepto a Daemon, Aren y Myra; por eso no entendía qué tenían en mi contra. Tal vez querían vengarse por haber intentado asesinar al emperador cuando estaba en el coliseo. Aparte de engañar a Daemon debía cuidarme de su corte oscura, era agotador. En una situación normal no me molestaría, pero trabajaba sola y me costaba estar alerta desde todos los flancos.

Mientras paseaba por los Jardines Marchitos, junto a la muralla que rodeaba el perímetro y nos separaba de la ciudad, el graznido de un cuervo negro me sacó de mis pensamientos. Levanté la cabeza, observando los árboles de troncos torcidos y ramas secas por el sofocante calor del verano. Aren estaba posado en una de las ramas, contemplándome con esos ojos oscuros y las plumas lustrosas de un tono cobalto bajo los rayos de sol.

 Aren estaba posado en una de las ramas, contemplándome con esos ojos oscuros y las plumas lustrosas de un tono cobalto bajo los rayos de sol

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Coloqué una mano sobre mis ojos a modo de visera.

―¿Tienes tiempo para hacerme compañía un rato?―Pregunté, alzando la voz―

El ave emitió otro graznido, luego el chico se transformó. Ahora que se encontraba en su forma humana, me lanzó una sonrisa amplia y transparente. No bajó de la rama, permaneció sentado con la espalda apoyada contra el tronco. Una pierna perezosa se balanceaba en el aire hacia adelante y atrás, vestía ropa ligera.

Corazón EtéreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora