capítulo 31

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Entrada 83

Ahí estaba, parecía años que habíamos salido de la casa, pero en realidad fueron uno, dos días o quizá fue una semana. No recordaba cuántos días fueron, María tampoco recordaba. Los días habían sido lentos o rápidos no lo sé, todo era como un sueño del cual esperaba despertar pero no, esa era la realidad. Un mundo infectado.

Cuando llegamos la niña se sorprendió, y dijo que por fin estaban a salvo. Creo que al ver los muros sintió que nadie podía entrar y comerla. Los ojos de Moise se pusieron como platos y dijo que eso no era una casa, sino una fortaleza, un castillo, yo solo reí, sin embargo su compañera me señalo diciendo que era un maldito loco en construir aquello, era como si yo supiera lo que iba a suceder.

Al entrar Moise no se dejaba de sorprender por todo, me sentía contento, parecían buenas personas y para ser honesto necesitaba ayuda con los cultivos y las tareas, y ahora que somos muchos creo que es lo mejor, mi madre decía que la compañía era mejor que la soledad, por lo menos con las personas no te volvías loco.

Al entrar María sujeto mi mano y miró el cansancio que había en mis ojos. —Gracias, dijo mientras besaba mi mano, me sentí extraño, ¡que era aquel gesto! me confundía sentirme así. —Vamos a descansar tenemos que reponer las energías, la casa seguirá igual cuando nos levantemos— dijo María mientras bajaba sus cosas del vehículo.

Moise y su amiga imitaron a María mientras que los niños entraron corriendo. La pesadez en mi cuerpo reclamaba una cama apenas supe cómo llegué a mi habitación. Desperté a media noche, los huesos los sentía como si estuvieran rotos, me dolía todo. Salí de la habitación y todos estaban dormidos excepto María que estaba sentada en uno de los sillones en el patio delantero.

Salí y vi que sostenía un vaso de cristal, percibí el olor a alcohol, ella giró hacia dónde estaba, apartó las almohadas y me dijo que la acompañara, levante las cejas en forma de pregunta, ella sonrió y me dijo que la disculpara, levantó una botella de whisky y me la mostró, me sonroje y le pedí disculpa.

—Perdóname a mí por haber revisado tu bolso, no debí, pero creo que valió la pena.

—Vaya que si vale la pena— Dije al ver la botella media vacía.

—Quieres una para que te la sirva— Preguntó María con aquel tono burlón que solía hacer.

—Claro— dije, para eso me la robé.

María sonrió. —Pensé que no tomabas.

—No lo hago, bueno no suelo tomar, pero creo que lo necesitaba en esta ocasión.

—Vaya que si se necesita, si tú no lo hacías te juro que iba a salir a buscar uno— Dijo con la mejilla sonrojada del alcohol que había tomado.

Ahí estábamos sentados en la oscuridad y lo único que teníamos de compañía era la botella casi media entera, las estrellas y nuestros pensamientos. La botella se acabaría, las estrellas se pagarían cuando el sol saliera y solo nuestros pensamientos quedarían hasta que muestra vida terminara.

Contemplamos un rato el firmamento, creo que ninguno de los dos lo había hecho en mucho tiempo. Ella tomó un trago de whisky e hizo una mueca del sabor fuerte, lo probé y tenía razón, sentí como el calor pasaba por mi garganta ardiendo como el fuego.

Ella río y mencionó que una vez escuchó que para sentir el sabor del whisky era necesario primero oler y después probar un poco y hacer como buches y al final saborear, así quedaría el verdadero sabor en el paladar. Bueno eso había escuchado no sabía si era cierto. El único sabor que siempre sentía era el del día siguiente cuando vomitaba todo lo que ingería la noche anterior. Me carcajee y le confesé que por eso no bebía.

Sorbí otro poco y esta vez intenté lo que María había dicho, si mejoro un poco el sabor del whisky. La noche transcurrió y entre copas y copas empezamos a sentir la embriaguez que nos provocaba el alcohol. —Hace frío— Mencionó María mientras se estremecía en el sillón. —Deberías abrazarme—

—Claro— dije mientras me acerque a ella.

—Se siente bien, gracias y gracias por salvarme la vida y la de los niños— Me quedé atónito, creo que el alcohol estaba haciendo efecto en ella y la estaba haciendo decir incoherencias o quizá estaba sacando una parte sensible de ella.

Finalmente le dije que no tenía por qué dar las gracias, después de todo sin ella no estaría vivo. Terminé de decir. Ella miró mi rostro y no pude evitar ver aquellos ojos marrones que a la luz de la luna brillaban más. No pude contener la sensación que ella provocó en mí y terminé por besarla.

Creí que por un instante me daría un golpe, me sorprendió mucho ver que correspondió mi beso con la misma pasión y después de eso, no sé cómo ni qué manera terminamos en la cama. No pude evitar sentir la sombra de Innis en ella y la de sus besos, Dios, me sentía terrible estar besando a otra mujer que no fuera ella, no podía evitar sentir culpa por lo que le había pasado y si no hubiera sido por mí ella estaría a mi lado.

Pero no, no era Innis la que tenía en mi cama, era María y ella estaba viva y no me podía aferrarme al pasado. Tenía que seguir viviendo y pienso que Innis hubiese hecho lo mismo, quizá como una forma absurda de justificar mis acciones. Pero también sabía que ella continuaría viviendo a toda costa. Porque ella era así. Regresé a mi realidad y sentía como sus besos y su piel me deseaba. El alcohol había surgido efecto y la necesidad de sentir el contacto de ella, su piel y sus caricias me hacía sentir vivo de nuevo y creo que ella sintió lo mismo o al menos eso creo, aunque en el fondo sabía que no la amaba.

El olor a café me despertó la mañana siguiente de mi encuentro con ella, fui al baño y cuando regresé al cuarto vi a María entrar al cuarto, ella sostenía dos tazas, sonreí y me di cuenta que de aquella chica ruda y mala apenas quedaban la sombra o eso quería aparentar.

—Espero que te guste sin azúcar, dijo ella mientras me daba una de las tazas.

—Es perfecto, dije sin dejar de ver sus senos que se notaban a través de su camiseta blanca. Ella se sonrojo y me beso para romper aquella tensión que se estaba provocando.

Al salir de la habitación encontramos a Moise y su amiga sentados en la mesa tomando café.

—Lo bueno es que solo eran amigos— mencionó Annette cuando nos acercamos a la mesa. Sentí como mis mejillas se pusieron calientes por el comentario inoportuno pero asertivo.

—Por lo menos prepararon algo para comer, señale mientras evitaba el comentario de Annette, porque realmente no sabía que éramos María y yo.     

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