Capítulo 72

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Entrada 149

Mi mente no estaba muy enfocada que digamos. Recordar lo que hice en aquel templo hacía que mi mente divagara en ocasiones. Esto era peligroso para Miranda y Beni. Entonces Miranda decidió que nos quedáramos cerca de la playa. Sin embargo, una tormenta nos dios alcance y nos refugiamos a las afuera de un pueblo.

Una noche escuché llorar a Miranda y me dio pena. Su tristeza por su hermano y el estar sola en este mundo debía ser devastadora. Quizá para mí era diferente a pesar de todo y aunque no fuera de mi propia sangre tenía a Berni conmigo y también aunque no estaba seguro de si estaba viva o no permanecía con el pensamiento en Innis. Aun así yo estuve solo por mucho tiempo y Miranda por otra parte siempre estuvo al lado de su hermano. No podía caer en esta depresión. Teníamos que llegar a playa linda como fuera lugar.

A la mañana siguiente le dije a Miranda que solo estábamos a un par de horas del puerto de playa linda. Ella miró el cielo y dijo que iba a ser difícil salir con la tormenta. Las calles comenzaban a inundarse y los caminos estarían atascados de lodo. Ella tenía un punto al menos si consiguiéramos un vehículo.

«Desde hace días veo una camioneta estacionada en la parte de enfrente, parece estar en buen estado» dijo Miranda. Me acerqué a la ventana donde ella estaba parada y efectivamente la camioneta estaba ahí. Desde ahí no se podía ver si las llaves estaban puestas. « ¿Será una trampa?» pregunté mientras miraba hacia todos lados. Miranda dudo en responder. Era difícil pensar en una trampa pero con lo del cura ahora todo podía pasar.

Decidimos que yo iría a comprobar entonces salí a la calle y aunque la lluvia evitaba que tuviera visibilidad corrí hasta estrellarme contra otro carro que no había visto. Entré a la camioneta las llaves estaban puestas e intenté encenderla pero el motor se escuchaba ahogado. Revisé el tablero y para nuestra fortuna solo le faltaba gasolina. El inconveniente era donde conseguirla.

Regresé a la casa pero de la nada me salió un par de infectados intenté golpearlos pero me fue difícil apenas y veía a un metro y cada vez que derribaba uno, otro ocupaba su lugar. Al final terminé en otra casa. Me había perdido solo esperaba que Miranda me hubiera visto donde me metí. Ese día pase la noche entre infectados. La intensa lluvia evitaba escuchar el lamento de aquellas cosas cerca de la puerta.

Cuando amaneció la lluvia era menos intensa y podía verse las calles con facilidad. Quise arriesgarme a regresar a la camioneta que estaba parada a unos cinco metros pero los infelices que me estaban acechando no lo permitirían tan fácil. A demás encerrado ahí sería más difícil salir. Lo único que podía hacer era esperar a que se aburrieran y terminaran por largarse de ahí. Pero no fue así.

Al medio día unos pequeños golpes llamaron mi atención. Era Miranda. Me había quedado en la casa de al lado y ella me estuvo observando todo el tiempo desde la casa. Ella señalo al patio trasero de la casa y fui. Las casas estaban amuralladas con bardas de unos dos metros de alto. Si podía conseguir trepar de seguro podría alcanzar el patio de la otra casa. Pensé detenidamente que tenía que hacer. Busqué un par de sillas pero fue inútil, estas se quebraron y caí al suelo y por centímetros casi me entierro la pata en la pierna.

Entonces vi los protectores de la ventana y trepe hasta llegar al techo de ahí me cruce por la barda y me tire de ahí. Desafortunadamente no fue lo mismo para mi pierna que minutos antes estuvo a punto de ser penetrada por la punta de una pata de silla. Esta vez caía y la misma pierna se resintió llegando a mi cadera caí al suelo y comencé a retorcerme de dolor. De inmediato una infinidad de lamentos se dejó escuchar y avanzaron hasta la parte trasera de la casa.

Miranda abrió la puerta y me metió a rastras. Comprobó si me disloque la cadera de nuevo pero solo era el dolor que regresaba. Por otro lado, el pie se me había puesto de una bola de béisbol y tardaría más de una semana en bajar la inflamación. Vimos el bolso de comida y no teníamos para un par de días.

Toda esa tarde y parte de la noche los infectados no dejaban de aporrear las puertas de la casa y de lamentarse. Querían carne fresca y tal vez la tendrían. Las puertas no resistirían demasiado. Apilamos los pocos muebles que había y atrancamos las puertas, eso de seguro nos mantendría a salvo por el momento.

Después de tres días las lluvias comenzaron a arreciar. Eso nos permitió huir de la casa. La mayoría de los infectados se dispersaron por el efecto de los vientos. Y otros más podíamos ver como se despedazaban al mojarse. Parecían figuras de cartón. Tomamos la oportunidad y nos dirigimos a otra casa, no importaba que nos quedáramos encerrado de nuevo aunque tuvieran un poco de comida eso sería suficiente por el momento.

Cuando corrimos Miranda me dejó atrás. No podía ver donde estaba. Por un momento me sentí como Otis. Carnada para zombis. Sin embargo, ella apareció de frente y me ayudo a llegar. De repente sentí miedo al ver que no traía a Berni en sus manos. Ella encontró un local pequeño de comestibles. Entramos y ahí estaba Berni solo amarrado a una silla. Le dije a Miranda que estaba loca por dejarlo solo pero ella dijo que era eso o perderte en el camino. Le pedí perdón por lo que le dije. A penas y podía caminar y sentía que la pierna volvía a inflamarse. Estábamos otra vez empapados y con frío.

Ella le quitó la ropa al pequeño y lo seco. En la maleta teníamos otro par de cambios de ropa seca para él. Así que hizo lo suyo. Por otro lado nosotros solo teníamos dos la que teníamos puesta que estaba empapada y la que apenas nos habíamos quitado y que seguía húmeda. Los dos estábamos temblando del frío y podía escuchar el castañeo de sus dientas y al final ella dijo que no aguantaba más y comenzó a desnudarse.

No me había fijado hasta en ese momento en el cuerpo de ella. Verla desnuda hizo que mis instintos primitivos salieran a flote. Ella se secó con la misma ropa húmeda del primer cambio y me vio que también temblaba y comenzó a desnudarme. Sintió que estaba febril. Y me recostó y cuando me bajó los pantalones no pude evitar ocultar mi erección. Ella sonrió y nos abrazó a Berni y a mí para calentarnos. 

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