Capitulo 34

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Entrada 90

Aquella noche apenas pude pegar el ojo, me serví el último poco de alcohol que había y pensé en que momento me había convertido en un alcohólico, tire la botella a la basura y noté una figura detrás de las tiendas, no estaba seguro de que o quien era, pero hubiera apostado que era el comandante que me estaba vigilando, cerré las puertas y baje las cortinas, creo que me estaba volviendo loco. Pero no deje de vigilar.

Al final el alcohol venció a la paranoia y me había quedado dormido, al día siguiente un baldazo de agua sobre la cara me despertó. «Así que por eso quieres ir a eso dichoso lugar» y de inmediato sentí un golpe en la cara, era mi diario, de pronto comprendí lo que estaba pasando. Salí tras de ella, me sentía como un tonto.

Cuando la alcance me apunto con su arma en el rostro (juro que casi ensucio los pantalones). «Ni se te ocurra acercarte de nuevo» María bajó el arma y se dio cuenta que estábamos a mitad del campamento, miró a su alrededor, Annette y Moise no la dejaban de ver asombrados de aquella escena. María de regresó a la casa sin decir una palabra y los haitianos la siguieron.

Me quedé parado a mitad del campamento avergonzado y corrí hacía la tienda del comandante, al entrar lo primero que le dije fue si tenía alguna misión para ese día. Me miro de pies a cabeza y sin más me advirtió lo que podía pasarme. En ese momento quizá por la adrenalina o por la vergüenza le dije que eso no me importaba. El acepto sin más y me dijo que me preparara y en treinta minutos saldríamos.

Entre a la casa en busca de una linterna, mi bolsa de acampar y provisiones, he aprendido a que llevar lo necesario pero tampoco lo mínimo, en todas las expediciones que he salido he durado casi dos o tres días en regresar y aunque estos sujetos tardan un par de horas quiero ir preparado.

Estábamos a punto de salir cuando la camioneta frenó inesperadamente, me torcí el cuello, el dolor que me quedo por varios días, pregunte por que nos habíamos detenido y de repente alguien abrió la puerta de mí lado, era María, traía con ella su pistola en la pierna y su mochila prácticamente vacía, en la cabeza traía puesto una gorra rosa, por un momento estuve a punto de reír y recordé que a ella no le gustaban las burlas, pero ella tenía la culpa por odiar esos colores y usarlos.

«Necesito algunas cosas, para los niños» dijo mientras no dejaba de ver por la ventana, asentí. «Lo siento por lo del diario, no quería ofenderte ni menos...» «Ya te dije que no me importa un carajo lo que digas» y le dijo al chofer que era lo que esperaba para arrancar. «Que dejes de pelear con tu noviecito» dijo el soldado con seriedad.

Al aproximarnos al pueblo abandonamos el vehículo y recorrimos casi un kilómetro a pie, hasta llegar, el lugar parecía estar vacío, pero también sabía que aquello podía ser engañoso, sabía que esas miserables criaturas podían entrar en un letargo a la espera de sus víctimas, así que tuve mucho cuidado. Antes de entrar al pueblo vi que el chofer repartió unas bolsitas entre sus compañeros y le pregunto a María si quería, ella con gesto amable lo rechazó.

«Ese imbécil quiere matarnos en esta misión» dijo María sin ver a los militares. «Escucha bien imbécil, si algo sale mal o vez que estos idiotas se empiezan a comportar diferente o alterar te sugiero que corras y no pares hasta llegar a la casa» dijo María con tono molesta «no te preocupes por mí yo me las sabré arreglar» y comenzamos a caminar por una de las calles que llevan al centro del pueblo.

Como había predicho, los zombis estaban ahí parados aletargados y extrañamente mirando hacía un lado a un edificio de dos plantas quizá una casa, nos ocultamos en una de las casas cercanas y noté que uno de los militares empezaba a sudar, vi como sus pupilas estaban dilatadas y mire a María ella entendió lo que le quizá decir y ella solo movió los labios y entonces entendí lo que le sucedía.

Instantes después sentí un golpe, perdí el conocimiento, lo único que alcance a percibir es a María corriendo hacia mí, después solo oscuridad. Desperté atado y colgado a tres metros de distancia del suelo. Los ojos de chofer estaban puestos en mí, «vaya pensé que no ibas a despertar» dijo con un sonrisa que odie. « ¿Y María?» «No te preocupes por ella, está bien, ahora lo que necesitamos es que grites lo más fuerte para que atraigas a esos cabrones hacia ti y lo distraigas un poco, para que podamos cruzar» «que idiotez dices, acaso quieres que muera» dije sin dejar de buscar a María.

«Ya te dije que no te preocupes por ella, si tú haces lo que digo ella estará bien y tú también, lo hemos hecho muchas veces» «pero donde está y haré lo que dices» el chofer hizo una señal y a lo lejos estaba ella, su mirada se veía angustiada pero con un cierto aire de odio. Acepte su petición, como loco desenfrenado comencé a gritar y atraje la atención de aquellos seres repulsivos.

Solo tardaron un par de minutos antes de que tuviera un montón de esos cerca de mí. Podía ver sus fauces putrefactas y su piel aciruelada, algunos se les podía distinguir lo que antes era un rostro, pero a muchos de aquellos seres traían el rostro despedazados, la quijada desencajada y otros ni siquiera la traían. Dios lo más asqueroso que vi fue uno que traía las tripas arrastrando por el suelo y saben algo es cierto, el intestino es muy largo.

Lo que no me dejó dormir por varios días fue ver a un recién nacido arrastrándose hacia mí con su pequeña boca queriendo un trozo de mi carne, eso fue escalofriante, había visto a niños y adultos pero jamás a uno tan pequeñito, no pude evitar sentir terror pero también tristeza. Los gemidos fue lo peor cientos de ellos, era como tenerlos pegados a mi oído.

Quince minutos después escuché unos disparos a lo lejos, busque pero no pude ver lo que pasaba y comencé a gritar a María para saber si estaba bien. Alguien a lo lejos soltó un grito e instantes después se apagó, escuché otros disparos y noté estos venían del edificio donde estaban los zombis cuando llegamos y después unas explosiones volaron la parte de arriba de la casa.    

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