El juicio de Grenîon -XXII-

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Entrada la noche las luces de las farolas y lámparas de la ciudad capital titilaban en lontananza, advirtiendo a los cansados viajeros que se acercaban a los dominios de Freidham. La altura de las torres del palacio iluminadas cual faro, guiaron el camino entre las copas de tupidos arboles. Habían dejado a las monturas al amanecer del día anterior.

 —De aquí en adelante solo entorpecerán nuestro avance y será difícil ocultarse con ellas —había dicho Lenanshra al grupo, luego de soltar a su magnifico corcel—. Cruzar la foresta a pie será más seguro.

—Jen —llamó la princesa, antes de que el siervo bajara del caballo—. Quiero que te adelantes al camino.

—¿Qué? —Miró Fausto con el gesto confundido, al igual que el aludido— ¿Qué quieres decir con que se adelante?

—Ve por el sendero en tu montura y llega a la ciudad antes que nosotros. —La princesa no prestó mucha atención al escudero—. Regresa con Roman y adviértele con discreción de mi llegada. Avísame si podrá recibirme mañana en la alborada, te encontraré en el puesto de tu esposa.

—Así lo haré señorita —acató el varón. Se despidió del resto del grupo inclinando la cabeza y espoleó para alejarse hacia el camino.

—¿Confías en él? —preguntó Fausto, luego de ver como el jinete desaparecía entre follaje.

—De cualquier forma no tengo nada que perder, ¿Qué podría hacer Jen que me perjudicase? —Se volteó y encaró a su escudero.

—¿Qué tal si corre a contarle de ti a los hombres de Condrid? —inquirió el cazador, mientras se rascaba la barbilla—, O al él mismito tal vez.

—Vaya, me asombra lo precavido y calculador que te has vuelto de un tiempo a esta parte. —Lidias le entregó una sonrisa—. Espero que tu astucia y perspicacia no se amague en el peor momento, ya he sufrido de tu torpeza y casi nos cuesta muy caro.

—Vamos, ¿por qué no recuerdas las cosas buenas que he hecho? —Miró de soslayo a Lenanshra y se enderezó llevando atrás los hombros.

—Mejor empezamos a caminar, tenemos que llegar a Freidham antes del amanecer. —La princesa hizo un gesto a la elfo y esta indicó con la mirada el camino a seguir entre los arboles.

            Así avanzaron el resto del día sin descanso apenas para comer, hasta que el último atisbo de luz de la tarde les abandonó, cuando ya faltaban solo horas para su destino. En aquel momento, el cansancio se hacía evidente en el semblante de los dos humanos. Lidias más que todos, se sentía exhausta; por más que intentaba no demostrarlo.

            La ruta por en medio del bosque era un desafío para cualquiera, incluso para el más experimentado explorador. Lo escarpado y accidentado del terreno requería un esfuerzo extra, tanto al ascender la colina como al descender, siempre bajo el abrazo bochornoso del sofocado aire bajo las hojas y ramas eternas. Con el agua de sus pellejos racionada y tibia, con los sentidos afinados y atentos en donde pisaba cada pie, evitando tropezar a cada momento con las gruesas raíces y enramado del suelo.    

—Llegaremos a las murallas justo en la modorra — señaló Lidias exhalando una bocanada de aire entre cada frase—. No sé que tan custodiadas estén las entradas desde mi partida, pero espero que la muralla del sur siga tan descuidada como lo recuerdo.

—Estaremos preparados para cualquier escenario —acotó Lenanshra—. He andado frente a las narices de esos soldados y jamás han advertido mi presencia incluso cuando mis flechas los alcanzan.

—¿Has matado hombres de Farthias? —se apresuró en preguntar Lidias con el gesto algo exaltado.

—Claro que no, o tu padre habría quemado nuestros bosques —señaló mirándola por la rabadilla del ojo—. Solo les he ahuyentado, cuando quiebran la paz de mis dominios.

De oscuridad y fuego -La hija del Norte-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora